Cuántica de la ausencia
We need not destroy the past: it is gone;
at any moment it might reappear and seem to be and be the present
John Cage
Nunca lo habría abandonado, Doc. Habría tenido el valor para quedarme y decirle que no pasaba nada, que al final de cuentas el futuro es como cualquier pedazo de pan viejo. Nunca he sido una mosca muerta, como usted piensa, de aquellas que se quedan viéndose las manos y luego plop, se les va la vida en nada. Cuando Marty se subió por última vez al DeLorean no supe ni qué hacer porque sabía que nuestros días estaban contados, que tendría que mentirle para saber cuánto tiempo había pasado desde la última vez que nos vimos. No tendría el valor para quedarme con él de no haber sabido lo que me esperaba a su lado.
Recuerdo a Marty sentado en la última banca del parque, esperando a que llegara con los brazos abiertos para contarle que ya no me importaba, que siguiera dándole vueltas al pasado mientras pudiera. Pero no estaba lista para tanta mierda, Doc. Recuerdo que me apretó las manos y me dijo «No dejes que te alcance el futuro, Jennifer». De poco sirvió porque me enamoré del niñato de preparatoria que terminó dejándome por un asiento de automóvil. Ya no tenía nada que decirme y se alejó con Einstein a los pies. Cada día estaba más flaco. Tropezó, aprovechó para acomodarse los pantalones que le quedaban casi a la altura del tobillo. Supuse que eran los únicos que le quedaban. Habría guardado poco de todos sus viajes, a lo sumo la bitácora y un segundo par de zapatos. ¿Cuánto tiempo llevaría viajando, Doc? ¿Haría sentido pensar en su edad, que ahora ya no funcionaba en el mundo de los mortales? Lo que realmente temía era el destino de su perro porque Marty no lo había acompañado. Marty se quedó atrapado en el, ¿cómo se llama?, ¡limbo!, entre nuestro tiempo y el suyo, uno que no existe por más que se busque en esas horribles ecuaciones. De ahí uno ya no sale, se lo digo yo, que llevo viviendo el mismo sueño miles de noches. También le tengo miedo a la muerte. Por eso cuando me dijo que iba a volver y a recuperar lo nuestro no le creí. Vete a donde quieras, le dije, pero déjame en paz, y ese mismo día tomó las llaves y se fue en el DeLorean, quién sabe cuántas veces, para volver el tiempo hasta el día en que fuéramos felices.
Sabía que dejarlo era casi como dejarme a mí misma, Doc. Yo, que hasta había olvidado quitarme el anillo, terminé por darme cuenta de la horrible marca que me dejó en el dedo. Me acojoné como nos acojonamos las mujeres de repente cuando nos parten las ilusiones en trozos. Tuve miedo y por eso vine, pensando que Marty se había quedado flotando para siempre en un tiempo que no le pertenece. Vaya lío. Por eso no lo he abandonado. No me malinterprete, Doc. No es que esté dejando a mi marido, es que Marty ya lo ha hecho antes.
*
Jennifer abandonó la casa de Emmett Brown con la esperanza de volverse hormiga, fruta o cualquier otra cosa que la dejara inconsciente. Por lo menos un animal minúsculo, libre de la cochina culpa de ser la esposa de un loco. A medio camino se le enganchó la falda a las ruedas de la valija y maldijo su suerte. Ni siquiera para eso tenía gracia. ¿Qué era el futuro a fin de cuentas? ¿Una piedra en el zapato? ¿La suerte de romper sus medias con la maleta? Miró al cielo. El tráfico tenía de fondo una de esas canciones sin importancia, de las que pasan a mediodía en estaciones de radio que ya nadie escucha, que quizá no existen, porque Marty las ha borrado en uno de sus viajes. Quién sabe. A lo mejor así se siente envejecer y uno prefiere hacerse de la vista gorda, contar las perlas de la virgen o resolver sudokus cada mañana con el desayuno. Jennifer no sabía lo que estaba haciendo, pero recordaba que Marty una mañana había encendido la máquina mientras ella tenía los ojos cerrados. Recordaba, también, el día en que él le había prometido una casa y dos hijos, no la fiesta de compensación que les quedaba por matrimonio. Eso no es vida, carajo, no es nada.
*
Déjelo, Doc ya no importa. Volverá en silencio algún día, cuando recuerde cada bucle que ha abierto, cada McFly que se ha quedado a vivir su futuro y en fin, ha terminado por joder su pasado. No pasa nada. Él sabrá regresar como lo ha hecho antes. Volverá y estará seguro de que Einstein lo espera con la pelota entre los dientes. Lo irá a buscar, Doc, ¿encontrará su casa? ¿Terminará un día con este juego?
Imagínese: Marty baja del DeLorean en un tiempo cualquiera que podría ser el decisivo. Siente en el fondo del saco la carta que yo le di en el pasado, esperando que esta vez sí la abra y entienda lo que dice. Que vaya directo, pues. Marty está aterrorizado, estoy segura, porque cree que esta vez será capaz de dar en el blanco y reparar todos sus errores. Se equivoca, Doc. Un error de cálculo lo habrá condenado a vivir para siempre en los recuerdos. Una vez más, como todas las noches, será cuidadoso y no abrirá el sobre que dice que lo estoy abandonando, creyendo que así podrá evitarlo todo y darle vuelta a la página. No lo entiende, Doc, las cosas no funcionan de esa forma, si todo fuera como quitarle un tornillo, si el tiempo viniera con un contrato de términos y condiciones, si se pudiera volver a casa con sólo desearlo muy fuerte. Mírelo, Doc. Ya no le queda nada.
*
Marty baja de un salto. Da un tremendo golpe que despierta a Einstein y lo obliga a ponerse en pie. Otra vez ha amanecido en el Delorean, esperando corregir, como todas las noches, el error que echó a perder su matrimonio. Siempre es lo mismo: encender el auto, echar a andar el condensador de flujo, ingresar la fecha, esperar. Volver al pasado para acabar con esa mierda del futuro. Deshacer el tiempo. Recomenzar.
Marty saca de su bolsillo un puñado de uvas pasas que mastica frenético. Sabe que tendrá que cambiar el rumbo de su pasado. Es la regla. Uno lo sabe porque cada vez que regresa hay cosas distintas. Un día vives en Beverly Hills y al otro estás fumando marihuana en el estacionamiento de un banco. Así de sencillo. Marty está de frente a la casa en la que pasó largos días con Jennifer, la chica de la que se enamoró jugando al científico. No ha cambiado mucho. Toma las llaves, llama a Einstein y lo invita a entrar en casa. No hay nadie, el cálculo ha salido de maravilla. De la cómoda saca un libro donde Jennifer esconde la carta de despedida que ha recibido en tantas ocasiones. La guarda en el bolsillo, aunque bien sabe que será inútil. Ha rescatado ya más de una veintena de cartas donde su mujer comienza siempre con la misma frase: «Marty, yo nunca te habría abandonado».
*
«Yo jamás lo habría abandonado, Doc», dijo Jennifer. Brown escuchó con calma y la dejó irse en silencio. Suficiente tenía con estar atrapada entre fechas impronunciables y cartas de abandono escritas mil veces. Por los pasillos la vio arrastrar la maleta. Escuchó también el despegue del DeLorean, a McFly haciendo ignición para perderse, como todos los días, en ese enorme laberinto que a veces llamamos futuro.