La versión oficial es que en México la literatura realista es el canon, que hay un puñado de escritores que insisten en salirse de este; que son una minoría; que hay un grupo bien ubicado que se dedican a la literatura fantástica (o de la imaginación, insiste Alberto Chimal esperando con el cambio de adjetivo quitarse de encima la idea de los elfos y los duendes) y que están tan bien ubicados que uno puede saltar el renglón y no verlos.