Tierra Adentro
Imagen tomada de Wikimedia Commons

El zapato, si es bello y de calidad, pisa fuerte.

Margo Glantz

 

Un par de zapatillas doradas se asoman por debajo del vestido de la reina María Luisa. La punta se respinga ligeramente acentuando el garigoleo de un calzado elegante. Tacones bajos la sostienen con altura suficiente para mostrar clase y gusto; soportes de brillo discreto, adecuados para su edad. El vestido de encaje negro contrasta con su piel blanquísima; de no ser por el tenue dorado que Goya imprimió en los zapatos, estos tendrían el mismo color del cuello y los brazos de la mujer. Las sutiles zapatillas parecen extensiones de su cuerpo; la horma se ajusta de manera natural, las piernas continúan su trayectoria: una capa más de epidermis se suma a los pies. Intuyo la comodidad; en el rostro de la reina se ve el preámbulo de una sonrisa que nace, me gusta pensar, de andar por el mundo alzada en tacones a la medida.

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Manolo Blahnik observa el retrato; muy cerca está también el de la duquesa de Alba. Sabe el sitio exacto de cada uno. El Museo del Prado ha cerrado por unas horas para que pueda recorrer el espacio cómodamente, en soledad. No es la primera vez que sucede este encuentro; Manolo visita a Goya como a un profeta. Lo ha nombrado Rey de los zapatos. Los dos hombres son artistas y artesanos, pintores y zapateros, discípulos y maestros de su tiempo. Hay quien asegura que el siglo XX español dio tres grandes mentes: Picasso, Pedro Almodóvar y Manolo Blahnik; íconos, ejes de la cultura, representantes ante el mundo del genio nacional.

En los zapatos como en la pintura, importa el detalle, la alquimia del color, la expresión de un mundo íntimo. Cada zapatero confiere al ejemplar un discurso, una manera de ver la realidad que acaso encuentra interlocutores, pies dispuestos a corresponder el diálogo, a apropiarse de la confección, a crear con ella caminos nuevos; y qué mejor si las huellas son hechas con zapatillas de seda otomana, con borlas o pedrería.

Goya tenía buen ojo para los zapatos, fue algo así como un fotógrafo de moda de su época, entendía que cada individuo se delataba en su elección. No escatimó en atrapar las minucias, con igual ahínco retrató los rostros como los dobleces y bordados en las prendas. Es bien conocida la debilidad que las damas de la realeza sentían por los zapatos; eran tan grandes las colecciones en los palacios que había pares que usaban solo una vez. Gracias al excesivo consumo de moda de aquellas mujeres, entre las cuales se encontraba María Luisa de Parma, han llegado piezas casi intactas de calzado de la época esparcidas por el globo como valiosas cápsulas para la comprensión y estudio de las costumbres de otros siglos.

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Los trabajos al óleo de Goya, realizados como retratista oficial de la casa real, encierran en cada sutil entramado de los atuendos los cambios históricos que sucedían en la península ibérica. Con la llegada al trono de los Borbones, arribó la vestimenta afrancesada, repleta de adornos; las botas y chinelas de cuero español, muy populares entre las clases altas, dieron paso al calzado entaconado de telas finas para las damas, con lustrosas hebillas para los hombres.

El zapato nos une al mundo; ata al hombre a su tiempo. Bien podría escribirse una historia universal utilizándolos como referencia primordial; por eso, la mirada minuciosa de Goya, las horas dedicadas a los trazos finos de las calzas, no eran solo una obsesión por la belleza o la experiencia estética sino también por establecer el relato de un imperio.

Tal vez uno de sus retratos más enigmáticos es el de “La duquesa de Alba de negro”, con quien se rumora mantuvo una relación amorosa; este cuadro es también el poseedor de unos de los zapatos más bellos que plasmó. El cuadro, guardado por el español en su taller hasta el día de su muerte, muestra la elegancia y recato de la mujer. Una mantilla cubre la cabeza; un brazo cae al frente, el índice se alarga apuntando al suelo. El vestido se detiene a unos centímetros antes de tocar la superficie, se suspende en el aire dejando al descubierto zapatillas de arquitectura rococó. La sensualidad de la duquesa se derrama en la curva del empeine, en la ligera altura de los tacones que reconfiguran su silueta y su condición. Frente a los suntuosos zapatos de la Cayetana elevada hacia el cielo se lee: Solo Goya, escrito sobre la tierra.

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La fábrica abre sus puertas cada día. Manolo, con bata y guantes blancos como su cabello, lija la madera para la muestra de cada nuevo modelo. Nadie, excepto él, realiza esta labor. Un vínculo se crea entre el artesano y el material que muta; sus manos llevan a cabo un trabajo escultórico a través del cual la madera adquiere una forma escondida que no se resiste a existir. A las ocho de la mañana, cuando las máquinas se encienden, comienza el proceso; las telas se despliegan a la vista del zapatero, quien mantiene vigentes tradiciones antiguas del oficio.

Así como en Goya los zapatos pueden ser leídos como un relato histórico, escrito por un hombre interesado en los cambios de su país que llegan a modificar hasta los más pequeños detalles, en Manolo encontramos la confluencia de varias épocas. En la manufactura de su calzado se entrelaza lo antiguo con las nuevas industrias que rigen el mercado. Pero Manolo Blahnik no pertenece del todo a nuestro siglo. Lo que puede leerse en su obra como un espíritu cosmopolita natural, es en realidad la sombra de un hombre que busca su lugar; ya en un pasado que visita, con fascinación a través del arte o en un presente amoldado, a base de soledad y rutina, a sus necesidades.

Entre las capas de encaje de los zapatos se entrevén sus influencias; los vastos conocimientos arquitectónicos, plásticos, literarios y botánicos que posee. Su traducción resulta en monumentos que lo han tornado en un mito. Su catálogo de zapatos se articula como un bestiario medieval. Cada criatura posee un nombre, son bautizadas por él de acuerdo a la personalidad que irradian: Josefa, Agatha, Hangisi, Lala. Sus diseños más representativos rescatan las hebillas masculinas retratadas por Goya, las cuales cubre de joyas para ataviar el décolleté, el sensual escote de los dedos.

Muchas de sus colecciones se exhiben alrededor del mundo. Manolo logró crear piezas de museo, dinámicas en su estatismo. Dentro de cúpulas de cristal, acompañados de cuadros del siglo XVIII, The Wallace Collection alberga temporalmente una selección especial de su trabajo, muchos confeccionados exclusivamente para la película María Antonieta. La función dio paso a la importancia de la presencia; los zapatos se disponen en una narración en donde la modernidad se desdobla resignificando al siglo de las luces. Sofia Coppola se preguntó al planear el largometraje, ¿a quién hubiera pedido la monarca, si viviera hoy, la tarea especial de hacer sus zapatos? La respuesta inmediata de la directora fue: a Manolo Blahnik. El resultado fue espectacular y, como el resto de sus composiciones pensadas para caminar; destinadas a contemplarse.

 

 


Autores
(Sinaloa, 1992) es ensayista y traductora. Egresó de Lengua y Literatura Moderna Portuguesas. Ha publicado en suplementos culturales como Filias de Grupo Milenio y Confabulario del periódico El Universal y en revistas como Este País. Es parte de Álbum Rojo: narrativa sinaloense de no-ficción, Ciudades aprehendidas y otros apegos, Breve Manual del Libro Fantástico y de la compilación Conversaciones en el Umbral. Participó en la traducción del libro Sobre un Comba y otros cuentos de Manuel Rui, publicado por la Universidad Veracruzana. Fue becaria del PECDA Sinaloa (2017-2018), de la Fundación para las Letras Mexicanas (2018-2020) y actualmente es becaria del FONCA en el área de ensayo creativo.