Carlos Valdés González. Director General del Centro Nacional de Prevención de Desastres
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¿Qué tanto hemos avanzado en cuestiones de protección civil? ¿México está preparado para un sismo de escala similar al de 1985? Carlos Valdés González, Director General del Centro Nacional de Prevención de Desastres, nos habla de lo que pasa antes y después del temblor, la alerta sísmica y las recomendaciones generales para estar más seguros en eventos sísmicos.
Los grandes sismos pueden ser fenómenos que nos obligan a dejar lo que estábamos haciendo. El terremoto de 1985 es el que ha provocado mayor número de víctimas como desastre y mayor costo económico al país, lo que hoy equivaldría a seis mil quinientos millones de dólares. Es por eso que hoy tenemos una visión diferente de los sismos. Podemos anticipar los fenómenos hidrometeorológicos o la actividad volcánica varios días antes de que ocurran, lo que nos permite actuar, enviar gente de protección civil y evacuar a los habitantes. Los sismos son una historia completamente diferente. Cualquier día, en cualquier momento, puede temblar. La prevención puede darse de dos formas: la material, que consiste en revisar la infraestructura con la que contamos, saber bajo que reglamento están, las deficiencias que podría tener el edificio, contratar seguros; y a nivel individual o familiar, incluso en el ambiente laboral: poniendo en funcionamiento el plan interno de protección civil.
El Distrito Federal es un área muy diversa para el comportamiento sísmico, otro aspecto que debe tomarse en cuenta en materia de prevención. El lago de Texcoco fue desapareciendo, aunque hay mínimos remanentes en Xochimilco y cerca del aeropuerto. Este lago sigue inundando y saturando el suelo blando en la zona centro de la ciudad, lo que ocasiona que esas localidades se comporten, básicamente, como gelatina. Si colocamos un recipiente de gelatina en el extremo de una mesa y damos un golpe, podemos ver que la gelatina no sólo da un brinco y se detiene, sino que comienza a moverse. Ese es el comportamiento en la zona centro del Distrito Federal, que conocemos sísmicamente como zona del lago. Por el contrario, en el sur de la ciudad existe un derrame de roca volcánica, por lo que sólo se siente el primer golpe, no el movimiento completo. En la zona blanda, la gente debería estar más preparada.
Otro punto importante es el de las alertas sísmicas. Lo ideal sería que no las necesitáramos; sería deseable que no hubiera alarmas contra incendios porque nadie provoca un incendio, porque revisamos el cableado eléctrico, porque estamos seguros de que las conexiones de gas y todo lo demás funcionan perfectamente. La alerta sísmica es sólo una herramienta. Hay mucha discusión sobre ellas. ¿Cuánto cuestan estas aplicaciones en el teléfono celular? Nada, porque no hay garantía de que transmitan el aviso de manera oportuna. Antes de un sismo no habrá problemas en telecomunicaciones, pero si envió un mensaje a miles de personas, existe la posibilidad de que no llegue a todos cincuenta segundos antes del sismo. Eso puede suceder con las alertas del celular: empiezan a sonar cuando ya pasó todo. Por ello necesitamos saber cómo funcionan, incluso la del Centro de Instrumentación y Registro Sísmico. Estos instrumentos no predicen el sismo, sino que lo registran cuando ya ocurrió. No son sistemas mágicos; están sujetos a su buen funcionamiento, a que la transmisión sea la adecuada, a que no haya robos de estaciones sensoras y de sistemas de comunicación.
Si no estoy preparado y prevenido, cincuenta segundos no alcanzan ni para rezar. En cambio, si atiendo a todas las sugerencias internas de protección civil, pueden sobrarme hasta veinte segundos porque me coloco en el lugar indicado, porque se lo que tengo que hacer. Aunque todas las herramientas son valiosas, no debemos confiar en que por sí solas nos van a salvar la vida si no hemos hecho una serie de ejercicios anteriores. Hay que considerar que un sismo puede provenir de un lugar que no tenga cobertura para nuestra alarma sísmica, por lo que voy a sentir el movimiento, sin que haya habido una alerta.
Cuando revisamos la historia de los sismos importantes, nos damos cuenta que en México han ocurrido más de ciento ochenta sismos mayores de magnitud 6.5 en la escala de Richter en los últimos ciento catorce años. En 2013, por ejemplo, el Servicio Sismológico Nacional registró cerca de cinco mil cien sismos en todo el territorio; un promedio de catorce al día. Se trata de sismos pequeños, pero nos permiten identificar en qué lugares ocurren y cuál es el potencial de sismos mayores. Sin embargo, nadie puede predecir un sismo. Compararnos con otros lugares del mundo no es útil; aquí el sismo importante fue de 8.1, esas son las magnitudes que nos deben preocupar. No tiene tanto sentido pensar en un sismo mayor de nueve; en algunos lugares, un sismo de siete grados es potencialmente dañino. El sismo de Haití, de magnitud 7, provocó cerca de trescientos veinticinco mil muertos y ha impedido que el país termine de reconstruirse. No estamos totalmente preparados, pero al menos los sismos de estas magnitudes no son críticos. Un sismo como el del 85 podría suponer mayor número de daños porque la ciudad ha crecido, y se han habitado muchas otras zonas. Crecen las ciudades, pero el desarrollo no ha sido ordenado.
Debemos insistir en que nadie puede predecir un sismo; la ciencia no ha llegado en ningún lugar del mundo a esa capacidad. Japón tiene la tecnología, el conocimiento y el dinero, pero no les ha ido muy bien desde el sismo de Kobe y después del sismo de 2011 de Tohoku y el tsunami. Si no podemos apostar a la predicción, podemos hacerlo a la prevención. Si las estructuras son seguras, si la gente sabe qué hacer, si existe un plan familiar, las cosas resultarán de forma adecuada ante un sismo. Si sabemos a qué estamos expuestos y cómo atender una situación de riesgo, seremos un mejor país. A Japón le va mejor porque son más ordenados. Les dicen que hacer y no lo discuten. Aquí nos dicen lo mismo y nos quejamos y no lo hacemos. No hay más diferencias, sólo son un poco más ordenados. En el CENAPRED nos encargamos de prevenir desastres, aquellos fenómenos que afectan el quehacer cotidiano, donde la gente no tiene la capacidad para resolverlo internamente. En cuanto llegan todos los que atienden el desastre, intentamos que todo regrese rápidamente a la normalidad. Apostamos a la parte preventiva.
Seguramente vendrán sismos más importantes. Mi sugerencia ante la alerta sísmica es que deberíamos de estar más habituados a lo que hay que hacer y al sonido de la misma. Yo estudié en Estados Unidos, en una zona de tornados, y cada primer miércoles de mes, a las doce del día, hacían funcionar la alerta por un minuto. Recuerdo que estaba uno en el lunch y comenzaba a sonar; esto hacía que tuviéramos siempre presente lo que hay que hacer en caso de tornado. Aquí sólo hacemos un simulacro al año y eso no es suficiente; el sonido de la alerta petrifica a la gente. Cuando suena la alarma todo el mundo se queda estático por varios segundos. Mientras más eficientemente hagamos las cosas que nos han dicho que tenemos que hacer, más fácil será. Lo hemos discutido con médicos. A los doctores les preguntamos qué hacen si están con un paciente, ¿se quedan o salen? Es un tema muy difícil. Mi sugerencia sería que hay que salir porque, viendo las cosas con un poco de frialdad, a mí me sirve mucho más un médico vivo que un médico que intentó salvar sólo a un paciente. También debemos tomar en cuenta los aspectos legales que esto implica, preguntarnos si era posible hacer algo más. Lo mismo sucede con los maestros, cabezas de grupo, ¿deben quedarse con sus alumnos, en vez de abandonarlos en caso de que se sienta un sismo muy fuerte? Podemos prevenir todo esto si llevamos a cabo simulacros; así aprendemos que hacer.
Lo que hay que hacer después de un temblor es salir de los edificios. Es mejor llevar zapatos cómodos, tener a la mano una linterna, actuar de manera eficiente. Existen muchos mitos sobre la protección civil, como el del triángulo de la vida. Éste se practica en Estados Unidos porque ahí los materiales de construcción son más ligeros; por eso, si me pongo al lado de un escritorio, el colapso de esa estructura ligera dejaría un hueco para sobrevivir. En México, las construcciones suelen ser de mampostería (paredes de ladrillo, concreto reforzado o acero). Si se viene abajo un edificio, las probabilidades de que quede un hueco donde resguardarnos serán muy bajas. Hay que cambiar la idea del triángulo por el de la columna de la vida. Buscar las zonas más fuertes; mientras más grande y con más columnas, mejor.
Acerca de las zonas sísmicas, hay algunas en donde la generación de los sismos demora más, por ejemplo en Los Cabos. Hace treinta años en este lugar no había nada; comenzaron a establecerse ahí centros turísticos importantes y, ante un sismo, la gente dice: “Oiga, aquí no nos dijeron que temblaba”. Las personas que habitan Los Cabos vienen del interior de la República, de otros estados, y no saben que ahí hay sismos importantes, de magnitud siete. El Golfo de Baja California es parte de la separación de la gran península, y los sismos son comunes; en Mexicali más todavía: comienza ahí el sistema de fallas de San Andrés y sus habitantes están parados directamente sobre la falla. Mexicali es una de las ciudades en donde las construcciones son más severas, pero también aquí los desarrollos poblacionales crecen en forma explosiva; cuando uno le pregunta a la gente cuántos son originarios de esta ciudad, es difícil encontrar a uno que haya nacido ahí. Todos van llegando de diferentes lugares del país y no tienen idea de qué pasa en un sismo; además, ahí los temblores son más intensos, más violentos, mucho más fuertes que los que sentimos en el Distrito Federal, y todo esto son cosas que necesitamos saber. Debemos informar a la gente, las grandes fábricas deben llevar a cabo simulacros, hay que invertir en capacitación, es todo un proceso que hay que aprender y seguir.
No hay lugar en donde podamos garantizar que no tiembla. Por ejemplo, ahora se ha sentido una serie de sismos entre Linares y Monterrey, y la gente dice que antes no temblaba. Les digo que claro que sí; si vemos este mapa que tenemos en esta pared, la Sierra Madre Oriental sufre un doblez impresionante en este lugar. Esto prueba que en el pasado ahí ocurrieron sismos importantísimos, pero la gente no lo sabe. Los sismos son más frecuentes en la costa del Pacífico que en zonas como Monterrey, o en Delicias, Chihuahua. A la gente que se sorprende con los sismos le digo: “Pregúntenle a los antepasados, pregúntenle a los abuelitos, a los bisabuelos, y les van a decir: ‘Sí, hace mucho sentimos un sismo’”. Incluso en Yucatán se han generado sismos pequeños. ¿Dónde no tiembla? Pues al norte de Canadá, ahí no tiembla pero hace un frío de la fregada. Tampoco tiembla en la parte central de Brasil, pero es una zona inhabitada. Ni en el norte de Rusia, pero ni quien se vaya a meter ahí por el clima. Entonces, si hay zonas donde la sismicidad es muy escasa, pero en términos generales, lo verdaderamente importante es saber qué hacer.
¿Estamos preparados para un sismo como el del 85? Vale la pena que nos lo preguntemos. Protección Civil surgió a raíz de ese fenómeno. Al principio la gente no sabía si éramos un reemplazo de bomberos. Ahora existe la Coordinación Nacional de Protección Civil, y en cada entidad federativa hay una dependencia que se encarga de ello. También tenemos instrumentos financieros que son importantes, como el Fondo Nacional de Desastres Naturales, que actúa ante las emergencias y solventa de inmediato el apoyo, a más tardar en un par de días desde que empieza el desastre. Está por lanzarse —se planea que salga en línea el 19 de septiembre— la carrera de Técnico Básico en Gestión Integral del Riesgo. Se podrá cursar en línea y contempla treinta y tres materias. La idea es que la gente tenga un panorama amplio.
Creo que aún nos queda mucho por caminar. Hemos avanzado desde el gobierno, pero hay que preguntarle a cada una de las personas si lo han hecho también como ciudadanos. Es momento de que la gente sepa qué hacer en caso de sismos, cómo actuar en los simulacros, tener un plan familiar. Quizá después podríamos volver a preguntarnos si avanzamos como personas y responder que sí. Debemos continuar con este esfuerzo porque los fenómenos pueden ser más complicados y diversos. Nuestro grado de vulnerabilidad ha cambiado. Si queremos vivir en las costas, o cerca de un volcán, o en la ciudad, debemos entender que en algún momento nos enfrentaremos al fenómeno y no queremos que se convierta en desastre. Lo único que podemos hacer es entender el fenómeno, aceptar las condiciones de vivir ahí y prevenir.