Anotaciones previas a la misteriosa e inoportuna aparición de Dios
La generación que nació en 1985 está por cumplir treinta años y sus memorias del terremoto quedan en la educación que vino después, pero ¿qué sucede con las personas que nacieron el día del temblor? Itzel Lara presenta en esta obra un acercamiento a tres jóvenes que se enfrentan a la pérdida, a la desesperanza y al milagro de haber nacido en una ciudad en ruinas.
Dios es un geólogo aficionado a los rompecabezas
Laura
Escena A____________________________________________________
Benjamín en su cuarto. Frente a él, un esquema enorme de las partes del cuerpo; lo inspecciona como si hiciera una necropsia y anota en su libreta.
Benjamín: La presión empieza a aumentar y aparece la agitación; muchos expertos relacionan dicha agitación con angustia… pero la angustia es un asunto que concierne a la psicología y a los médicos o aprendices de médicos; analizan lo físico, nada mental o del espíritu. Yo no soy aprendiz de nada, pero me gusta respetar a las personas que usan bata.
Silencio.
Benjamín: Como los pulmones no pueden expandirse, el humano siente la necesidad de respirar más e inhala. Minutos después, se empieza a perder toda proporción de tiempo.
Silencio.
Benjamín deja de revisar el esquema y de anotar en su libreta.
Benjamín: Si pasas más de tres días bajo los escombros, debes tener una capacidad pulmonar impresionante o ser un protegido del Señor; de lo contrario, es cosa del diablo. Mi abuela prefería pensar que los ojos de Dios se posaron sobre mí y los otros dos. Que ese día, mientras la ciudad entera se venía abajo, Dios decidió cubrir con una especie de manto sagrado a tres bebés indefensos sólo para demostrar que, aunque estaba enojado, no era tan malo y que nos perdonaría.
Yo siempre pensé que, de ser cierto, en realidad fuimos para él como las parejas de animales que salvó del diluvio. Elegidos al azar y, para ser sinceros, sin nada especial. No multiplicamos los panes y mucho menos tenemos la capacidad de curar a nadie.
El punto es que… todavía no alcanzo a descubrir por qué prefirió que fuéramos tres y no una pareja. Puesto así, uno de nosotros está viviendo de más, y ese que sobra es el ser humano más inútil, solitario e infeliz del planeta…
Aparece a su lado Laura, vestida de negro.
Laura: ¿Con quién hablas?
Benjamín: Con… migo…
Voltea a ver a todos lados. Nada.
Laura: Ya… es hora…
Benjamín: No voy a ir.
Laura: Pero es tu abuela…
Benjamín: Igual está muerta, ya no importa.
Laura: No digas eso…
Benjamín: Es la verdad…
Laura se acerca al esquema.
Laura: No sabía que estudiaras anatomía…
Benjamín: Sólo los pulmones, no sé nada de lo demás. Ni me interesa. ¿Sabías que uno puede sobrevivir con una capacidad pulmonar del 5% si sabe administrar la respiración?
Laura: Vamos… ya es hora. No podemos esperar. Seguro Pedro ya está en la funeraria.
Benjamín: Bueno, con dos es suficiente. Me cuentan cómo estuvo.
Laura: Como broma es suficiente. Ahorita mismo agarras tu saco y vamos al funeral de tu abuela.
Benjamín: No. Y no insistas. Me quedaré aquí. Debo regar esa planta.
Benjamín señala una planta mal cuidada que está en una maceta cuarteada. Laura, molesta, se levanta; toma un vaso de agua y cuando lo va a vaciar en la maceta, Benjamín se interpone.
Benjamín: ¿Qué haces?
Laura: Si ese es el problema, se soluciona fácil.
Benjamín: Una planta se riega en la noche, de lo contrario se seca. Esperaré aquí hasta que anochezca. Váyanse con cuidado.
Laura: Pero…
Benjamín: Déjame solo.
Laura se marcha. El cuarto luce ahora más grande que antes.
Escena B____________________________________________________
Pedro sentado frente a Benjamín, que sólo observa su maceta.
A su lado, Laura.
Benjamín es un maniquí.
Pedro: ¿Y cuánto tiempo lleva así?
Laura: Pues desde que lo dejé para ir a… ya sabes.
Pedro: No se mueve.
Laura: No. Ni pestañea.
Pedro: ¿Y si le quitamos la maceta?
Laura: Lo intenté hace rato, pero la abraza contra él.
Pedro: ¿Y ahora qué se trae con esa cosa?
Laura: Ni idea… creo que era lo que más quería doña Rosa; hace rato dijo algo de que era su deber regar esa planta hasta el último día, y que cuando ese día llegara, se marchitaría con ella. Dijo “me voy a marchitar con ella, es mi última misión en esta vida”.
Pedro: Ya… Entiendo.
Pedro se levanta y se para frente a Benjamín.
Pedro: Cuando murió mi tío por ese temblor en Albania, pasé un año completo comprando billetes del Melate con los números que él había anotado en un papel que tenía en su saco. Pensé que era una señal… ya sabes… de Dios o algo así… Y que era mi obligación hacer lo que a él no le dio tiempo. Hasta que un día el de los pronósticos se dignó a hablarme y me dijo que no entendía por qué metía el número telefónico del carnicero al Melate con tanta fe.
Entonces pensé: “Pinche tendero, esperó un año para decirme que el número que consideraba casi sagrado era el del carnicero”. Luego recordé que sólo una vez vi a mi tío comprar el Melate y, de pronto, ante su muerte, ese acto cotidiano se convirtió en un rito para mí. No volví a hablarle al de la tienda, ni a comprar esos juegos y mucho menos carne.
Silencio.
Benjamín no se inmuta.
Pedro: Lo que te quiero decir es que no tienes que regar esta planta a cierta hora, ni cuidarla tanto. Se debe quedar en ese rincón, como siempre. Lo que quiero decir es que… uno se levanta todos los días e intenta encontrar su lugar, después de todo.
Pedro se agarra a una de las paredes.
Laura: Siéntate.
Pedro: No, no… es casi imperceptible.
Laura: Benjamín… dónde… es decir… ya pensaste… eh… cómo te digo…
Benjamín: Déjala ahí, en la mesa, junto a la ventana. Le gustaba ese lugar. Ya es tarde, lo mejor será que se vayan.
Laura mira a Pedro, quien afirma con la cabeza. De un bolso grande, Laura saca una pequeña urna. La pone sobre la mesa.
Laura: ¿Está bien ahí?
Benjamín no voltea a verla.
Benjamín: Sí. Gracias.
Laura: ¿Seguro que quieres que nos vayamos? Puedo quedarme y platicamos.
Benjamín: Estoy seguro, no se me antoja platicar.
Laura: Pero…
Pedro: Ok, cualquier cosa…
Benjamín: Buenas noches.
Laura y Pedro se marchan. Benjamín se queda sentado mirando fijamente la maceta.
Escena C____________________________________________________
Es de mañana. Benjamín sigue viendo la maceta. Aparece Laura.
Laura: Buenos días.
Benjamín no responde.
Laura: Traje pan, Pedro viene conmigo… Bueno, está esperando a que pase un temblor en Perú… Eso dijo. Se quedó parado allá afuera. Pobre. ¿No crees que debe ser horrible sentir cada movimiento de la tierra en tu interior? No sé cómo lo soporta, yo no podría…
Suspira.
Laura: Come, anda.
Benjamín: Qué curioso… Que la abuela haya muerto sin decir sus últimas palabras. Yo creía que era un derecho de todos. Ya sabes, te vas a morir, ya nunca más te volverán a ver y entonces se te permite decir algo con lo que te recuerden para siempre.
Laura: Eso suena a una responsabilidad muy grande.
Benjamín: …
Laura: Yo no sabría qué decir… En realidad nunca he dicho nada brillante, y no creo cambiar ante el umbral de la muerte. Yo prefiero así, como doña Rosa, morir mientras duermo.
Benjamín: Se quejó toda la noche y luego, de la nada, se esfumó. No fue nada elegante.
Entra Pedro, luce demacrado.
Pedro: Nunca lucen elegantes. Una noche, mi tío me dijo “hasta mañana” y al día siguiente su cuerpo olía a abandono. La muerte tiene el olor más penetrante que conozco.
Los tres se quedan en silencio. Laura se da cuenta de que la urna ya no está.
Laura: ¿Y doña Rosa?
Benjamín: La tiré a la basura esta mañana.
Laura: ¿Cómo?
Benjamín: Tiré la urna en el camión de la basura. Ahí adentro ya no había nada, sólo cenizas. Además, hace mucho leí que cuando incineran a alguien, su cuerpo se mezcla con los restos de otros cuerpos cremados, entonces la gente no sólo se lleva a su difunto, sino a una fila enorme de cuerpos que no significan nada para quien carga con lo que cree que es su ser amado.
Laura: ¿Tiraste las cenizas de tu abuela pero dejaste este viejo esquema del cuerpo humano? Lo que hiciste es pecado, Benjamín, te puedes ir al infierno. Y nosotros contigo por no impedirlo.
Pedro: Lo que hizo fue justo lo que necesitaba hacer y se acabó. Cada quién lleva lo que trae adentro como puede… Mírate, mírame… míralo. No volveremos a hablar del tema. No volveremos a hablar de nada anterior al día de hoy.
Laura: ¿Ni de la conmemoración del 85?
Pedro: De eso menos, a no ser que Benjamín quiera… ¿Quieres?
Benjamín: Aún no entiendo por qué la abuela se aferró tanto a esta vieja planta. Es tan simple… Tendré tiempo de sobra para descubrirlo…
Pedro: Bueno, supongo que eso es un “del 85” menos.
Laura: Pero es nuestro deber preparar algo para la ceremonia, las personas esperan vernos… a doña Rosa le gustaría…
Benjamín: A mi abuela también le gustaba salir a caminar por las tardes, pero me parece que ya tampoco podrá hacerlo…
Laura: Somos los niños milagro…
Pedro: Fuimos, ahora somos adultos y desempleados. Y con eso tenemos suficiente por ahora.
Silencio. Pedro se levanta y riega la planta. Benjamín le sonríe y se levanta a ayudarle. Laura observa la escena en silencio. Saca el pan, lo coloca en la mesa.
Los tres, en silencio, se sientan a comer.