El castillo, al cual mi criado se había aventurado a entrar por la fuerza, para no permitir que yo, que me encontraba gravemente herido, pasara la noche al aire libre, era uno de esos edificios que combinan melancolía con grandeza y que por mucho tiempo se han mantenido erguidos en los Apeninos, no menos reales que en la imaginación de la señora Radcliffe.