Los ascensores
Me besabas en la columna y ahora apenas recuerdo tu cara. Yo tenía siete años, todavía no me había crecido el corazón y le preguntaba a mi abuela si lo que late es tumor y ella decía: lo que late es sangre. Tu familia alquilaba en verano un departamento en planta baja. Mi abuelo era el encargado de ese edificio. Una vez vio morir a un hombre. Nosotros no lo vimos, lo escuchamos. Mientras nos besábamos, lo oímos caer. El sonido venía de la garganta de los ascensores. Nos asustamos porque parecían los ruidos digestivos de un animal que se come vivo a otro. Esa tarde, cuando no mirabas, me limpié los restos de saliva que dejaste en mis labios; me limpié con la sensación de quien extrae algo de una funda muy estrecha y después no logra comprender cómo hacía para entrar un objeto tan grande en una bolsa tan oscura.