Invidente
Yo tenía treinta años cuando se me deshicieron los pies.
Dejé el lenguaje mudo y mi boca lloraba flores del color de las pasas.
A esa edad, dije que esperaría otros cinco años. Entonces, tuve treinta.
A esa edad, tendría muchas cosas. Me había prometido conocer la verdad de las piedras; pensaba que ya se habrían quebrado y, muertas, habrían exhalado sus palabras.
En cambio, a los treinta ya no sabía cómo se agarraban las cosas. Había cambiado el sentido del tacto por la posibilidad de hablar idiomas cuya existencia todavía desconozco.
A los treinta, escurrí como un árbol que se pudre y se me salieron todos los animales que tenía adentro.
Entonces, me quedó un hueco muy profundo, muy profundo, y la gente pensaba que yo me había vuelto profunda porque no sabían que me había quedado seca.