Canel’s
Esperas quince minutos antes de recoger el cambio
y salir de la cafetería. No olvidas tomar las mentas.
Es importante
no dejar nada
o el habla volverá para lanzar sus muñones
con toda la viscosidad del error.
No inventaron palabras cómicas para ocultarlo.
Los caprichos saben caer con gracia
o pregunta por qué la lluvia en enero.
La humedad del andén empuja pequeñas grietas
a través del oído.
Con las vías húmedas tardarás el doble. Prefieres caminar.
Donde quiera las sombrillas perdidas pasarán silbando
pero imagina construir un edificio
de caramelos de menta
jamás podrías ver o imaginar desde dónde parte
o qué te golpea y deja a la intemperie.
Está bien.
Las mentas tienen su gracia.
Se necesita de tiempo en la misma medida que agua
para colocar nuestros sentimientos en el mundo.
Aun así nunca dan suficiente
y tienes que esperar hasta la próxima ocasión de sentarte
con alguien que se adelanta tomando calles paralelas.
Y no hay mejor momento para esperar que ahora
cuando el calentamiento global y la lluvia adquieren
cierto matiz terapéutico.
“Cómo pueden gustarte esas cosas”
es una pregunta que depositas a un lado
de las grietas y las filtraciones y los sedimentos
de un gesto cerca de los labios
externo ahora
como el nuevo restaurante en la esquina.
La puerta cerrada con doble llave.
Te sientas a la mesa y antes de cenar
masticas el último caramelo “Por qué
te gusta venir aquí”. Recuerdas
ese poema donde aparece una heladería.
Ya sé que no son lo mismo: leer caramelos no es un acto emocional
y de cualquier forma por qué dirías algo así.
Por la ventana encontrarás restaurantes
y gente con quien beber mucho
pero nunca comerás tantas mentas como en esta húmeda
tarde de enero. Piensas en ese poema
y en lo perfecto del clima y en lo mucho que llora
pero también espera encontrarme en el futuro cercano
cuando deba revelar nuevas aventuras
seguro de responder que en otro escenario las cosas no fueron mejores.