Tierra Adentro
Fotografía por Pixabay.

Por primera vez, con el cine, tenemos una forma cuyo carácter artístico se encuentra determinado completamente por su reproductibilidad

           Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica

 

El cine es, hasta donde tengo noticia, el resumen de las artes. A través de su dimensión tecnológica, se apropia de los medios de otras disciplinas.

El principio material del cine es la fotografía. El cine es (¿era?) 24 fotografías que, proyectadas durante un segundo, dan la ilusión del movimiento; la incorporación de la pintura en la fotografía también la hereda el cine. Después, se añadió el teatro y la danza: el cine acude a la puesta en escena para ir más allá de la mera captación de la realidad. La música está desde los inicios: los soviéticos ya componían sus filmes según un ritmo y un acomodo de una pieza musical (por ejemplo, Eisenstein, que monta El acorazado según la música de Edmund Meisel).
Con la literatura —de manera especial con la narrativa—, el cine tiene una relación distinta.

El arte del lenguaje, como el de la luz, se juega en el montaje, en la elección de los elementos mínimos de sentido (frase y secuencia, respectivamente) para crear una unidad. A partir de las yuxtaposiciones se obtiene una direccionalidad y, lo más importante, ambos son combinatorias: se pueden retirar elementos de un lugar y traspasarlos a otro sin perder sentido; el resultado será otro. Se puede quitar un elemento de entre otros dos y, sin afectarlos materialmente, seguir teniendo sentido y cambiar la perspectiva. Lev Kuleshov descubrió esta capacidad del cine en su famoso experimento de 1922. El montaje, en literatura, se llama sintaxis.

Las artes pueden dividirse en dos grupos: las que crean objetos y las que son interpretativas. A las segundas, corresponden el teatro, la música y la danza; a las primeras, la música, la pintura y la arquitectura.

El cine y la literatura producen objetos (un rollo; un libro), pero no son éstos donde encalla, sino en lo que provocan: la proyección y la lectura. Así, no hay una película original ni un libro primigenio, como sí hay en la escultura (la relación entre Apolo y Dafne, de Bernini, y una fotografía de esta escultura o una imitación con plastilina, por ejemplo).

¿Hay un original de Metrópolis de la misma manera que existe el original de El jardín de las delicias? ¿Hay un original de El Banquete en un sentido igual al de la Capilla sixtina?

Cine y literatura se juegan en su reproducción: a partir de un soporte volver a producir. Y la reproducción igual en todas las ocasiones. Corleone dirá, con la misma boca, apenas abierta, grave, el mismo encuadre, la misma iluminación: “Le haré una oferta que no podrá rechazar”. El poeta anarquista, en El hombre que fue jueves, tendrá siempre la misma sentencia: “Sí —dijo Syme con simpleza—, soy un detective de la policía, pero creo oír cómo llegan sus amigos”. Así, a la letra, pues.

Copiar una película, copiarla técnicamente, obtener otro soporte que dé exactamente la misma proyección, es cada día más fácil. Copiar literatura, técnicamente, obtener otro soporte que nos otorgue la misma configuración de frases, era posible incluso antes de las fotocopias, antes de la imprenta: los copistas fueron las primeras máquinas en reproducir técnicamente. Porque no importa que la letra sea horrible mientras en los garabatos sean legibles las palabras de Critón: ἥδε ἡ τελευτή, ὦ Ἐχέκρατες, τοῦ ἑταίρου ἡμῖν ἐγένετο, ἀνδρός, ὡς ἡμεῖς φαῖμεν ἄν, τῶν τότε ὧν ἐπειράθημεν ἀρίστου καὶ ἄλλως φρονιμωτάτου καὶ δικαιοτάτου [“He aquí, Equecrates, cuál fue el fin de nuestro amigo, del hombre, podemos decirlo, que ha sido el mejor de cuantos hemos conocido en nuestro tiempo; y por otra parte, el más sabio, el más justo de todos los hombres”]. Y no empecemos con el tema de la traducción.

La literatura y el cine están en su elemento en la reproducción-lectura. Son artes hechas para y por la reproducción.