La realidad de la creación contemporánea está basada en lo común, en el conocimiento, las experiencias, los libros, los viajes, los amigos y en una continua recomposición de todo ello. Ser parte de una comunidad norteña como la que se enclava en la ciudad de Durango ha significado mucho para mi temple y trabajo. Aquí está el epicentro de todo lo que consolido cada día como creador.
Desde hace algunos años mi vocación en temas de arte-espacio (instalación, intervención, arquitectura) se ha producido para configurar proyectos experimentales involucrados en contextos que asocian una serie de sutiles cruzamientos informales con el propósito de apartar la pasividad del observador al descubrir la complicidad expuesta entre la materia y lo etéreo. Por ello me he dado a la tarea de idear y concluir obras que, además de reflejar lo anterior, evoquen sorpresas al crearse entre los modelos físicos e imaginarios que definen un espacio.
Como la mayoría de los creadores, he sido parte de un proceso que empieza poco a poco y va tomando vuelo al paso del tiempo. Pienso que al final lo que consolida la confianza en tus proyectos es trabajar incansablemente y nunca dejar de creer en lo que sientes a pesar de las críticas, los miedos, las equivocaciones y los aciertos. Ser honesto contigo mismo vale mucho. Creo que los apoyos, por ejemplo las becas para creadores, son un estímulo que va más allá de lo económico al mostrarse como un reconocimiento de tu trabajo y una importante plataforma de proyección para la conclusión de compromisos que demuestren esa confianza en lo que haces.
México se ha encargado de demostrar continuamente que es cuna y cobijo de grandes obras y actores en el mundo artístico. Siempre a un alto nivel, este país ha sido una máquina de hacedores con alma y espíritu crítico. Esta máquina, que nunca ha detenido su marcha, se ha fortalecido cuando todo parece delicado, transformando así el andar de muchos artistas mexicanos que confabulamos para mostrar nuestro trabajo aquí o en cualquier otro lugar. La actualidad nos ha enseñado a crear vehículos de conocimiento, gestados de forma individual o en grupo, donde el intercambio del conocimiento ha dado un giro distinto a las limitaciones y obstáculos que podemos encontrar.
La tecnología ha influido en el arte de muchas maneras, y no sólo con herramientas dependientes a entornos digitales o electrónicos, sino también con las posibilidades que ofrecen la mecánica, la física, o la experimentación con materiales, que producen experiencias expuestas a una pluralidad de lecturas y por consiguiente a una nueva forma de involucrarse con la obra.
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