Tierra Adentro

Expedición Tierra Adentro.
Un viaje en Librobús

 

Día 2: Zitácuaro
23 de noviembre de 2015

 

 

Zitácuaro es la “capital del país de la mariposa Monarca”, los taxis y colectivos ostentan el complejo diseño de sus alas, pero cuando una de las niñas que asistió a nuestro taller quiso dibujar una, no pudo recordarlo, así que su mamá corrió con un papel y lo copió de la puerta de un colectivo para que su hija lo tuviera de referencia.

Instalamos el Librobús justo en medio de los boleros y zapateros del zócalo. Sus materiales y herramientas, cerca de las nuestras, no sólo compartieron por un rato la misma ubicación. La tinta, los trapos, el rodillo, las brochas, la estopa y el papel periódico dibujaban una línea imaginaria que empezaba en los zapatos y pies de los adultos y terminaba en las manos de los niños y mamás trabajando en las placas de grabado.

A Andrés, el niño de los helados, no logramos convencerlo de sentarse a dibujar o escribir una historia porque estaba trabajando. Estuvo parado buena parte de la tarde a un lado de las mesas viendo a los otros niños dibujar. Tampoco quiso llevarse el libro que le regalamos, lo hojeó un rato pero al final decidió dejarlo sobre una caja. Cuando Homar, el cuenta cuentos, empezó a narrar algunas leyendas, Andrés volteó su carrito de helados y, sin acercarse demasiado, lo escuchó atentamente.

El joven bolero no paraba de escribir con una pluma Bic roja en pequeños pedazos de papel. No supimos qué escribía ni cómo se llamaba. Aunque se hacía el desentendido, estuvo atento a los cuentos de Homar y, cada tanto, esbozaba una sonrisa.

 

 

Una “biblioteca virtual”, ubicada a unos pasos del Palacio Municipal. En la cena Vinicio dijo que veía la necesidad de las personas de oler los libros, agarrarlos, hojearlos, de sentir que son tangibles. En una comunidad en la que no hay librerías pero sí internet en cada esquina, los libros, escribir una historia o hacer un grabado producen mucha sorpresa.

Una mujer se acercó a bendecirnos mientras Marcos y José desmontaban el Librobús. Tenía la mitad del rostro cubierto con una gasa. Detrás de la telilla blanca no había más que cavidades, sin órganos. Un lugar común, tal vez inevitable, es pensar que un viaje te transforma y que te verás distinto en el espejo o algo habrá cambiado al terminar el recorrido. Tal vez en un afán de contrarrestar esa superstición, Vinicio puso una moneda a los pies de un hombre que, al caer el sol, apareció en la plaza con un cartel: “Tu suerte por unas monedas”. El hombre abrió una caja llena de papelitos. El que Vinicio eligió decía: “Encontrarás que tu sentido del deber y la necesidad de planes y objetivos sólidos son elementos clave para llegar a donde necesitas estar. Recopila información y elabora un plan de ataque que esté bien pensado.”

Contagiados por la sorpresa, Rodrigo y yo también pusimos una moneda. A Rodrigo la suerte le dijo: “Cuídate de la terquedad y la oposición, estas son emociones inútiles de las que simplemente puedes prescindir. Si la gente está siendo negativa o irracional, aléjate de la situación y encuentra una mejor.”

Y a mí: “Extrañas noticias que llegan de lejos –posiblemente a través de correo electrónico o Internet– podrían estar extendiéndose como la pólvora entre la gente que conoces y causando mucho entusiasmo.”

 

¿¡Extrañas noticias!?