Revista Tierra Adentro núm. 99
Jaime Sabines (1926-1999)
Agosto-septiembre de 1999
80 pp.
“Jaime Sabines –escribió José Emilio Pacheco- es uno de los escasos poetas mexicanos que verdaderamente ha hecho una obra: un impresionante Recuento y, digamos, cinco poemas (no necesariamente los mismos para cada lector) que están entre los grandes de su lengua y de su siglo”. Este juicio resume, de algún modo, la admiración inmediata y duradera que despertó la poesía Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1926-ciudad de México, 1999), lo mismo entre la crítica más calificada y exigente que entre su vasto público lector.
Fallecido en la ciudad de México, el 19 de marzo, Jaime Sabines estaba por cumplir (el 25 de marzo) 73 años de edad. Esta entrega de Tierra Adentro constituye una parte del homenaje nacional a esta relevante figura de la poesía mexicana que se inició el 23 de abril, en el marco del Día Mundial del Libro, y que incluye, entre otras múltiples actividades, reediciones de su obra poética, programas televisivos y radiofónicos y, por supuesto, la invitación a leer y releer su gran poesía. En estas páginas, rendimos tributo a la generosidad y al talento sabinianos a través de una valoración múltiple que abarca el testimonio, el ensayo, la danza, el cine, el teatro, la música, las artes plásticas y, por supuesto, la poesía, todos ellos ámbitos o disciplinas donde la obra de Jaime Sabines marcó, desde sus inicios y de modo definitivo, a sus lectores.
En 1955, Rubén Salazar Mallén, que fue uno de los mayores impulsores del primer Sabines, lo destacó como “el mejor poeta joven de México” en un texto (“La sombra de la provincia”) donde exigía que nuestro país abriera sus horizontes a lo verdaderamente nacional. “El desprecio a la provincia –advirtió entonces Salazar Mallén-, a lo que entre nosotros se llama la provincia o, más bien, su olvido, es una maldición que aplasta a México. No se sabe, no se puede calcular siquiera, qué cantidad de posibilidades, qué volumen de energías fecundas se pierden en México por culpa del olvido de la provincia”. Y Elías Nandino, por su parte, otro de sus tempranos admiradores en 1956, en una reseña epistolar de Tarumba, le entregaba este elogio: “No sé cuál preferir de sus poemas, pero sí debo decirle que no tiene ninguno que esté vacío”.
Vivía entonces Sabines en Tuxtla Gutiérrez y trabajaba tras el mostrador de una tienda. (“Detrás del mostrador de una tienda de ropa… me puse a aprender humildad y paciencia”, diría el poeta en 1959.) Luego de haber estudiado en la capital del país, había regresado a su ciudad natal, donde escribiría muchas de sus mejores páginas y algunos de sus libros más significativos. Con el tiempo, Sabines se convertiría, tal como afirma José Emilio Pacheco, en uno de los grandes poetas contemporáneos de nuestra lengua y en un fenómeno extraordinario de popularidad donde, insólitamente, la poesía convocó multitudes, en lo que Carlos Monsiváis denominó “una devoción y una liturgia”.
A través de sus libros Horal (1950), La señal (1951), Adán y Eva (1952), Tarumba (1956), Diario semanario y poemas en prosa (1961), Yuria (1967), Maltiempo (1972) y Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973), y de algunos poemas arquetípicos, “Lento, amargo animal…”, “Yo no lo sé de cierto…”, “Los amorosos”, “Tía Chofi”, “No es que muera de amor…”, etcétera, Jaime Sabines le dio nuevo vigor a la poesía mexicana y convocó a una legión de lectores dentro de una tradición popular que incluye, destacadamente, a otros poetas del interior del país como Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo y Ramón López Velarde.
En la realización de este número, agradecemos públicamente las facilidades y el apoyo que nos brindó a la familia Sabines, así como la disposición entusiasta de los artistas que participan en estas páginas. No podía ser de otro modo: en la imagen diversa que aquí se ofrece, la poesía de Jaime Sabines enfatiza su enorme poder de convocatoria.