¡África colonial se desintegra! ¡Nace la República Popular de Mozambique! ¡África independiente se integra! ¡Mozambique es la cuadragésima tercera nación que se libera del tutelaje blanco!
Mozambique, germen y floración negra, gobernado por blancos durante diez siglos —árabes primero (X al XV) y portugueses después (XVI al XX)—. ¡Diez siglos! —mil años durante los cuales la raza blanca se enclava en la negra y en ella manda y de ella se sirve—, pero el choque y la ruptura con el pasado son el distintivo de este momento nuestro que es, también, el marcado para la iniciación del cielo vital negro. Cualquier negación resulta insostenible. ¿La prepotencia africana traerá beneficios al ser humano? ¿El aporte negro será valioso a la civilización y a la cultura? ¿Será posible que los hombres africanos encuentren el equilibrio de pensamiento y de economía y de humanidad indispensables para la convivencia universal? Cualquier evaluación de lo por venir se antoja como fastidiosa e inútil demagogia. La respuesta está en lejanía, pero lo que es cercano y actual y evidente, es que a las diez de la noche del día 24 del mes de junio de 1975, el astabandera de Lourenzo Marques dejó de servir a la enseña roja y verde de Portugal y, en su lugar, ondea la negra-verde-amarilla que es símbolo de la República Popular de Mozambique.
El movimiento del Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO), gana la batalla y en África Oriental surge una nación negra y libre de la dominación blanca.
Mozambique se ha liberado, pero todavía hay “colonias” portuguesas en África y en Asia y en el Atlántico. Esta realidad provoca reacciones cargadas de violencia y posiciones definidas lo mismo en Lisboa que en torno a los castillos de Mafra y Sintra, o dentro del cerco de murallas en donde viven las ciudades de Batalha, Obidos y Tomar, Alenquer y Alcobaza. La misma inconformidad destaca y se advierte en los muelles que exportan el vino de Oporto y a lo largo de las redes pescadoras que cubren la plaza de Nazaré. La universitaria y señorial Coímbra, alberga inquietudes similares y las voces de protesta llegan hasta Estoril, reducto de aristócratas y mandatarios extranjeros en desgracia.
Observo, miro atenta y descubro que son hombres y mujeres en plenitud vital y nativos de Portugal-Metrópoli quienes exigen la desaparición del imperio colonial portugués; son portugueses europeos quienes recorren las “rúas” enarbolando pancartas y fijando carteles y gritando su rechazo a las estructuras:
— “¡Independencia de las colonias!”
— “¡Libertad!”
— “¡Abajo, Portugal Imperialista!”
Mis cinco sentidos se alertan ante estos centenares de portugueses que buscan la comunicación universal y la igualdad franca, plena y total. Escucho su gritería y observo sus ademanes violentos y los miro desfilar en manifestaciones que alcanzan la perfección del orden y, después de ver cómo se reúnen al atardecer de todos los días, en la Plaza del Rosío, que ya en el siglo XVI era el centro de los comicios populares, comienzo a descubrir la verdad de este pueblo, sano por naturaleza y empeñado ahora en romper amarras con su pasado imperialista, sin importarle que la transformación de las estructuras provoque el desajuste total de la economía de su país. Porque, al cerrar la perspectiva marina ¿a dónde puede volver Portugal los ojos para subsistir?
—¡Cincuenta mil mutilados y diez mil muertos es el resultado de nuestras posesiones en África! —me dice un lisboeta—.
Y yo me doy a escudriñar a la gente que por la calle encuentro y me percato que son muchos los hombres cuyos cuerpos presentan mutilaciones y pienso en cincuenta mil cuerpos maltrechos y diez mil vidas cegadas: es el precio que ahora cobran las tierras ajenas que Portugal fue haciendo suyas, desde el siglo XV, cuando inició su vida de expansión marina.
—¡Terminen la masacre en Angola!
Escucho gritar mientras saboreo el café de Angola, en la Plaza del Rosío, y en un escaparate miro guayabate y conservas elaboradas y enlatadas en Angola.
Los medios informativos comentan que “grupos de colonos portugueses huyen de Angola, abandonando sus pertenencias”, y un aviso resume y concreta la angustia que padece el blanco que en este momento se encuentra en territorio africano.
“Doy mi casa por seis boletos de avión a cualquier parte, fuera de Angola”.
Aviones portugueses recorren el trayecto entre Lisboa y Luanda, trayendo colonos a la metrópoli y llevando a la colonia hombres jóvenes convertidos en soldados, los mismos que andan por las calles enfundados en camisas y pantalones extrañamente pintarrajeados de verdes y ocres, truco con el que pretende que los africanos los confundan con los troncos y las lianas y el follaje de la selva que tan bien conocen.
—Soldados portugueses desarman a civiles angoleños— escucho decir y pienso que la protección al colono blanco es obligación de la metrópoli pero ¿serán capaces las metralletas y los tanques de atajar y detener el rencor africano que ahora despierta, después de siglos de silencio?
Ninguna razón tengo para formular opiniones —lo sé— porque ¿qué sabía yo de Portugal y de su mundo ultramarino hace apenas tres meses? Nada. Es ahora, en este mayo-junio que comienzo a descubrirlo.
Mientras ando metida en divagaciones, la gritería se va alejando y deja en silencio la Plaza del Rosío; las voces de protesta se llegan hasta las callejuelas de la vieja ciudad y se meten en los hogares que guardan la presencia de “alguien” que para siempre quedó en tierra africana y comprendo entonces y entiendo el significado claro y preciso de
—¡Termine la masacre en Angola! ¡Libertad para Angola!
¿Por qué esta “masacre” cuando el día 11 del próximo noviembre iniciará Angola su vida como nación independiente?
La ingenuidad de mi pensamiento se estrella ante la verdad de que la condición humana es poco dada a la convivencia pacífica y que en Angola existen tres partidos que se despedazan entre sí para alcanzar el poder y son ellos los causantes de la “masacre”: Frente Nacional de Liberación de Angola, Movimiento Popular de Liberación de Angola y Unión Nacional por la Independencia total de Angola.
Divago y me vuelvo impertinente y pienso si alguna injerencia en este caos y en esta “masacre” tienen las empresas multinacionales o transnacionales que, de tiempo atrás, funcionan en esta productiva colonia africana.
La gritería que exige la terminación del colonialismo me hace jugar con el tiempo. Retrocedo hasta situarme hacia el siglo XV y en esta misma Plaza del Rosío, desde la que miro al pueblo portugués recibir con alborozo las nuevas de las conquistas ultramarinas, sin importarle la validez o invalidez del derecho de conquista. Orgullosamente grita:
—Calecut, Cochín, Goa. ¡Portugal está en la India!
—Sumatra, Java Timor. ¡Portugal está en Indiochina!
—Nagasaki. ¡Portugal está en Japón!
—Ormuz. ¡Portugal está en el Golfo Pérsico!
—Macao. ¡Portugal está en China!
—Mombasa, Mozambique,angola Nueva Guinea. ¡Portugal está en África!
—¡Brasil! ¡Tierra Nova! ¡Portugal llega al Nuevo Mundo!
—¡El estandarte de Portugal está en todos los mares! Islas de Cabo Verde, Isla de Sao Tomé y del Príncipe, Archipiélago de los Azores, Archipiélago de Madeira, Isla de… ¡Portugal, Imperio ultramarino!
Seiscientos años después, en este mayo-junio de 1975, y en la misma Plaza de Rosío, escucho al pueblo portugués gritar:
—¡Abajo, Portugal Imperialista! ¡Liberación a las colonias!
¿Qué ha sucedido? ¿Qué causas y razones han motivado que se rechace ahora lo que en otro momento se propició? Sencillamente sucede que estamos en presencia de la iniciación de la prepotencia negra y que el ciclo ultramarino de Portugal llega a su fin.
—¡África independiente se integra!
P.D. Julio de 1975. Regreso a México: en África se construyen dos repúblicas independientes, la de las Islas de Cabo Verde, 5 de julio; la de Sao Tomé y Príncipe, 12 de julio.