La ciudad es habitación y habitante de la literatura. Habitación porque en ella viven los creadores junto con sus criaturas, nieblas y cielos de algún lugar donde transcurra el pensamiento de sus personajes; una ciudad de literatura donde cada casa, cada castillo, cada edificación, cada puerto, cada duna, dependiendo de la belleza de la creación de los autores (que no de su prestigio o de sus cercanías —o lejanías— políticas), es la forma pura de alguna historia. En esa ciudad hay construcciones hechas especialmente para alimentar su paisaje, por ejemplo, aquella casona antigua y levantada en contra del viento de la desmemoria es el Macondo de García Márquez; aquella aldea española del siglo XVI es la ínsula Barataria de Cervantes que gobierna Sancho Panza, aquella biblioteca en la que están contenidos todos los volúmenes escritos y por escribir, es decir, toda la relación pasada, presente y futura de esta ciudad, es el Tlön, Uqbar Orbis Tertius de Borges; aquel barco que apenas flota en su herrumbre es la Santa María de Onetti; aquella aldea de viento, arena y murmullos es la Comala de Rulfo; esa mezquita a la cual nos llevan esos caminos de trilobites petrificados por el tiempo es el Mogador de Ruy Sánchez; a su vez, hay levantamientos en homenaje a ciudades reales (que en este universo no existen, son inventos de un mundo lejano, porque la única realidad es la imaginación); esas torres son la Alejandría de Durrell, aquella plaza es el Perú de Bryce Echenique o aquel valle mínimo es el México de Fuentes, porque no necesariamente, a una edificación le corresponde una historia. En esta ciudad hay, por ejemplo, puertos interiores que en sí mismos pueden ser una gran habitación transparente y sin paredes corpóreas, es decir, una especie de esferas de aire donde, emisarios de otras tierras lean sus edictos y Maqroll, El Gaviero, descanse de sus viajes.
También, la ciudad es habitante de la literatura porque, es un complicado plano sucesivo y simultáneo, la literatura en sí misma es esa gran ciudad y cada edificación o paisaje, es una ciudad en sí. Esto implica una correspondencia y un alimento mutuo. En la Gran Ciudad Invisible de la Literatura, cuyo nombre es todos los nombres, sus arterias y su corazón son atravesados por diversos tiempos y espacios, diversas geografías y paisajes, diversos temples y construcciones levantadas a partir de la imaginación y las letras de cada autor que, a su vez, son pequeñas ciudades. En la Gran Ciudad todo cambia, porque se transforma según la perspectiva de quienes la visitan, y del humor con el que, en ese momento, sus habitantes hayan dispuesto sus casas o sus paisajes. Si bien sus coordenadas no son fijas, porque está en todas partes y en ninguna, es muy fácil encontrarla: basta abrir un libro en cualquier parte del mundo para trascender sus murallas. Es eterna pero a la vez, fugaz: sólo existe en el momento en que leemos, en que la evocamos, en que la escuchamos, en que la visitamos. Al cerrar el libro o el recuerdo, inmediatamente desaparece, pero estará ahí, para siempre.
El Gran Kublai Jan, emperador de los tártaros, toma sus mapas antiguos y modernos, sus lupas, sus instrumentos de orientación, sus fotografías y pinturas de ciudades y paisajes y no encuentra ningún signo real de esta gran ciudad de la que le habla Marco Polo, mercader veneciano que en el siglo XIII llegó a la China.
–Pero dime, Polo, joven viajero desafiante de los vientos adversos, esa Gran Ciudad, ¿es un reflejo o un espejismo de las ciudades reales en que vivimos y soñamos? Si el reflejo es hermoso, ¿la realidad lo es también? ¿Cómo es que mi reino que se muere, no lo es? ¿Los habitantes de la Gran Ciudad prefieren permanecer en sus jardines, más que en esta realidad? ¿Acaso es mejor que cualquier ciudad real? ¿La imaginación es más habitable que la ciudad que respiramos y tocamos todos los días?
–Oh, Gran Jan de los Tártaros, Italo Calvino, uno de mis más queridos de sus habitantes, me ha dicho unas palabras, en esa gran metáfora sobre la ciudad universal y la ciudad contemporánea que es Las ciudades invisibles, que espero te consuelen: “Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invisibles”.
Jan: –Sé que es un sueño, pero no me dice si es mejor y si debo irme hacia ella.
Polo: –Con calma irás creando tus respuestas, pero para empezar, la frase de mi maestro está muy bien.
Jan: –¿Qué se necesita para habitarlas, para levantar una construcción en sus dominios? ¿Cómo se construyen las casas de esa Gran Ciudad Invisible, sus paisajes? ¿Con base en qué nostalgias, en qué deseos? ¿Cuál es su materia? ¿Cómo disponer de los signos de un lenguaje para darles forma?
Polo: –En homenaje a Las ciudades invisibles, ese gran castillo de oro y de diamantes, de estrellas y de témpanos que es en sí la forma absoluta y magnífica de todas las ciudades imaginarias y reales, que habita y es habitado a la vez por la gran ciudad de la literatura, te daré las noticias más recientes de mi recorrido por ese reino imaginario. Te hablaré de geografías y temperamentos distantes entre sí, pero unidos en esa temporalidad fantástica que he recorrido; te daré cuenta de mis encuentros azarosos con sus habitantes, durante mi viaje errante por sus nieblas en estos últimos meses
Jan: –¿Qué te han dicho sus habitantes, te han revelado sus secretos, mostrando sus salones donde reinan? ¿Por qué no me hablas más de esa ciudad para que yo pueda olvidar la caída de mis propios reinos y ver si mi mudanza a esos dominios tiene cabida? ¿Existe, en caso de que permanezca en este infierno, la esperanza de que el sueño tome forma en nuestras ciudades que se caen? ¿Son fuegos de condenación o son cielos? Dime.
Polo: –Te diré todas esas cosas con la esperanza de que tu tristeza de reino cotidiano que se desboca hacia su ruina de despeje, y acaso te brinde una piedra, o una llave, o un rubí, con el que puedas empezar a construir tu casa de paz, ya sea en la Ciudad Maravillosa o en este mundo.
Jan: –¿Quién es el primer habitante del que me hablarás?
Polo: –Es otro errante y, además, es un montaje heterodoxo que transita en la España del Siglo de Oro y en el Marruecos de hoy, simultáneamente, al igual que yo paso de la Ciudad a ésta, monstruosa y gris. Pero he de decirte que daré cuenta de quienes me haya encontrado en mi paso por ella, no necesariamente en el orden en que conversé con ellos ni por la importancia que tuvieran en este mundo. Irán apareciendo conforme mis recuerdos o conforme sus visiones vayan dando respuesta a todas tus preguntas. Ya escucho el acento de mi primer interlocutor y su melancolía de un mundo de tolerancia
Juan Goytisolo
(Barcelona, 1931, Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo 2002)
LA CIUDAD EN SIETE VIDAS
Si tuviera siete vidas como los gatos, las viviría en ciudades distintas. Una de estas existencias sería en México. Probablemente otra en París, donde he vivido la mayor parte de mi vida; también en Manhattan, y desde luego en Marrakesh, donde resido. Tal vez viviría en ciudades que me han atraído por su fuerza y dinamismo como Estambul y El Cairo. Y por último Barcelona como un homenaje a la ciudad donde nací. Entonces tendría ya estas siete vidas.
Jan: –Ama las ciudades reales más que lo imaginario. Es mejor este mundo. Si ellos piensan eso, ¿qué puedo pensar yo?
Polo: –Que esas ciudades son reflejo de sus hermosos reinos imaginarios donde los conversan. Hay otros habitantes que buscan ese diálogo, aunque no necesariamente hayan levantado una casa en esos términos, pero sí un pensamiento.
Luisa Valenzuela
(Buenos Aires, 1938, autora de Novela negra con argentinos y Cola de lagartija, entre otros.)
LA CIUDAD MUNDO
Mi ciudad invisible es La Ciudad Mundo y tendría que ser pequeñita aunque deberían caber en ella todas las razas. Pienso en una manzana de casas de cada pueblo, sobre todo de los más perseguidos, es decir, la gente menos considerada en este mundo tan desconsiderado debido a la globalización. Me encantaría que todos aquellos que han sido dejados de lado estuvieran en una ciudad donde cada uno viviera como le gusta, y donde sepan que son parte de un universo, es decir, que no se sientan que están ahí como si fueran un muestrario humano. Por eso me gusta Nueva York, de alguna manera es un poco todo esto: hay gente de todas partes del mundo que conservan su identidad. Eso me parece maravilloso, que todo el mundo pueda vivir en paz y disfrutar la convivencia de una ciudad cuando funciona bien. Sin embargo, ahora Nueva York se está volviendo intolerable. Me gustaba antes del 11 de septiembre. Aun así también hay otro aspecto: fui después de los atentados y hay una gran voluntad de los neoyorquinos digamos “básicos”, que no aceptan la venganza ni la intolerancia.
Jan: –Todo es reflejo entonces. Algo debe de tener de bueno este mundo para que con base en su recuerdo, se levanten imaginaciones.
Polo: –Es el referente porque aquí vivimos y no es sólo cuestión de apego o no o que sea mejor o no, el que este mundo sea la materia de la Ciudad Invisible. Gran Jan, algunos aman el mundo y lo llevan a sus construcciones, aunque no siempre ésa es la razón por la cual toman sus reflejos. A veces, amen o no al mundo el reflejo de lo real es una nostalgia de algún tiempo, de algún recuerdo, de algún deseo, de alguna niebla o lago que no existen como tal pero que es parte de su imaginario o es el exilio transitorio más allá de la infancia…
Juan Manuel Roca
(Medellín, Colombia, 1946, autor de las antologías Lugar de apariciones y Los cinco entierros de Pessoa.)
LA CIUDAD DE LAS NUBES
Bogotá no es una ciudad imaginaria, sin embargo, mi imaginario sí está muy ligado a ella, que para mí, es la ciudad de las nubes. Hay una imagen muy bella en un poema de Henri Michaux sobre Quito, que dice que las nubes son los perros fieles de la montaña. A mí me parece que esto corresponde al ámbito de Bogotá: siempre estamos rodeados de nubes y el paisaje neblinoso oculta la ciudad hasta tal punto que la hace invisible. El viajero que llega por primera vez a Bogotá, de pronto no encuentra la belleza de la ciudad. Es como la mujer envuelta en piel de asno, una belleza secreta. Bogotá no es una ciudad que se entregue a primera vista, pero una vez que lo hace, es tan poderosa esa entrega que ya es casi imposible deshacerse de ella. Yo nací en Medellín, ciudad con la que tengo grandes afectos, pero ninguna otra ciudad me ha entregado tanto como el imaginario que me produce Bogotá aunque curiosamente mi infancia la pasé en Medellín. Eso negaría lo que dice Rilke, que la única patria del hombre es la infancia. Generalmente cuando yo salgo del país, el epicentro de mi nostalgia es Bogotá. La única patria que veo es esa ciudad nebulosa, porque las nieblas de Bogotá tienen para mí ese encanto, que es el encanto de la poesía: casi nada es seguro, todo es dubitativo, hay un paisaje elusivo, que generalmente no se entrega a la mirada de inmediato. Diría que la ciudad invisible que más amo es una ciudad que aparentemente es invisible.
María Luisa Puga
(México, 1944. Autora de Las posibilidades del odio e Inventar ciudades.)
LA CIUDAD TRANSITORIA
Mi ciudad, que está en el estado de Michoacán, se llama Kilómetro X. Muy al inicio, desde que me vine, comprendí que uno no llega a Pátzcuaro, a Morelia, muchos menos a Zirahuén y listo. Sólo en la ciudad de tu infancia, si es que las circunstancias familiares lo permiten, vives una ciudad que crece contigo. El Kilómetro X sí es mi ciudad: carretera, poblados próximos, distancias de un punto a otro: Zirahuén–Morelia; Zirahuén México. En esta mi ciudad, las distancias son estados de ánimo. Llegar a Maravatío para de ahí seguir hasta Toluca se llama desánimo. De Toluca al D.F. se llama expectativa angustiosa. De la caseta de entrada al punto en donde te vas a alojar se llama franco horror. A la inversa, vas dejando caer pieles de aprensión, que a medida que te acercas, no a Zirahuén, sino a tu casa, se llama alivio consolador. Hace mucho que las ciudades no me dicen cosas. Son espacios demasiado habitados, contaminados de ruido y atropelladores de miradas. Incluso ciudades pequeñas como Pátzcuaro. Creo también que mi capacidad de nostalgia por la ciudad ya se agotó. O tal vez comprendo que la ciudad es imprescindible para una etapa joven de la vida. Una etapa en la que necesitas nutrir tu imagen con la de los demás. Debo reconocer que nunca viví en una ciudad más de tres años. Salvo mi infancia en Acapulco, en donde estuve hasta los 13. En cambio, en mi calidad de desciudadanizada ya llevo 17 años y creo que mi pertenencia está en la fuereñez. En ese Kilómetro X que es la permanente transición. Mi memoria, curiosidades, deseos se arraigan en personas. Mis muertos están en el aire y van conmigo por donde quiera que voy. Pese a todos estos años, no me siento particularmente michoacana. Me siento en casa cuando estoy en mi casa escribiendo, cocinando, durmiendo. Cuando sé que no va a sonar ningún teléfono, ni a llegar ningún fax, ni siquiera correos electrónicos a menos que baje al pueblo y me conecte. El Kilómetro X respeta mi casa.
Polo: –También, el reflejo o evocación es resultado de sus desacuerdos y de sus filias forzosas…
Luis Vicente de Aguinaga
(Guadalajara, 1971, autor de La cercanía, 2000)
LA CIUDAD ACCIDENTAL
Me temo de verdad que, a diferencia de las ciudades invisibles de Calvino, la de Guadalajara tiene la característica nada sorprendente de ser en exceso visible, muchas veces al punto de la fealdad y el desamparo. Guadalajara no ha llegado a ser para mí —en 20 años de trato forzado, si bien llevadero a veces— una ciudad notable, como no sea en registro negativo, por sus frecuentes y llamativas erupciones de cortedad espiritual, miseria política y desatino urbanístico. Su extrema visibilidad, pues, me impide situarla en el espectro de “la ciudad y la memoria” sin lamentar por ello mismo su exclusión de “las ciudades escondidas”. No puedo concebirla en el grupo de “las ciudades y lo ojos” porque al hacerlo descontaría la urgencia de ponerla entre “las ciudades y los muertos”. En todo caso, algo me dice que Guadalajara no va ni por error en “las ciudades y el cielo”, diga lo que diga el desmedido arzobispo, y menos aún en “las ciudades sutiles”. Pero hay un malentendido muy simpático, asentado en la costumbre de resolver con maña o fuerza las nociones de occidente sin mayúscula y Occidente sin minúscula, que hace de Guadalajara una “perla” del canon occidental, esto es: de un mundo que si la incluye tiene que ser por accidente, habida cuenta del eurocentrismo que no podemos reivindicar y el mestizaje que no queremos admitir. Fincada —o, mejor, amachada— contra el indio, el chilango, el joto y el pacheco, la Guadalajara tradicional se ve con tanto colorido en las postales que la Guadalajara verdadera, si por casualidad existe, no se asoma por ningún lado. Así que yo la pongo en el cajón de “las ciudades y el deseo”, pensando no en la posibilidad erótica de la palabra deseo y sí en la doble ilusión que me tiene viviéndola: una, la más bien funesta ilusión de sus habitantes con iniciativa discursiva, la ilusión de la Guadalajara occidental; otra, la más bien enfermiza ilusión mía, la de cambiarla toda o mitigar sus filos, tan bien disimulados que pasan por pétalos de rosa y le hacen merecer, en mi opinión, el nombre utópico de Inania.
Polo: –O resultado de sus desencuentros…
Tomás Eloy Martínez
(Tucumán, Argentina, 1934, Premio Alfaguara de novela 2002.)
LA CIUDAD DESENCUENTRO
Escribo una novela que me pidió una editorial que le encargó a treinta autores del mundo entero, que escribieran sobre sus ciudades. Ahí está Don de Lillo escribiendo sobre Nueva York, Saul Bellow sobre Chicago, Carlos Fuentes sobre México, Kenzaburo Oé sobre Tokio, Günter Grass sobre Berlín, Julian Barnes sobre Londres, Seamus Heaney sobre Dublín, Rubem Fonseca sobre Río de Janeiro, y este autor mucho más modesto que los otros, sobre Buenos Aires. Todo el tema deriva de un sueño. Un buen día me hablaron de un cantante argentino extraordinario. Yo no sabía que este cantante sufría de hemofilia y que en las transfusiones de sangre le contagiaron VIH, por lo que constantemente caía enfermo. Cada vez que lo anunciaba en un lugar iba a buscarlo y no lo encontraba, porque fatalmente estaba enfermo. Así fue hasta que murió y nunca lo pude oír. La persecución de este cantor por lugares muy especiales y emblemáticos de Buenos Aires es lo que me dio la idea de la novela. Son doce lugares maravillosos que ni siquiera la gente que mejor conoce Buenos Aires conoce, porque como en la carta robada de Poe, están muy a la vista y no se ven.
Jan: –Desencuentros pero a fin de cuentas, materia de imaginación. Entiendo. Todo es un todo, pero, lo de las dos anteriores ciudades me asombra. Quiere decir que en la gran ciudad, también hay reinos no muy felices, como los míos.
Polo: –Pero eso no significa que sean mejores o peores. Cada quien construye su ciudad de acuerdo también con sus filias y fobias, con su deseo de una ciudad que ya no existe y que existió o que es y que no es al mismo tiempo.
Margo Glantz
(Ciudad de México, 1930, autora de Esguince de cintura.)
LA CIUDAD NOSTÁLGICA
Mi ciudad invisible es la ciudad de México aunque cada vez me parece más tremenda, deteriorada y espantosa; sin embargo es la ciudad que más quiero. Cuando era chica era diferente. Me gustaba recorrer la colonia Condesa; ir por el parque México, el parque España; casi no había coches y podía jugar en las calles tranquilamente. Por ejemplo, uno jugaba a contar cádilacs, porque había unos cuantos. Uno podía atravesarse las calles, podía hacer lo que se le daba la gana, era la ciudad más deliciosa y la más segura del mundo. Recuerdo que llegaba a las cuatro de la mañana vestida muy elegantemente, porque era yo muy guapa, y con joyas, y no pasaba nada. Y uno ahora camina por la ciudad de México y la ve leprosa, sucia, llena de basura, con charcos, hecha un estercolero y llena de toda esa chatarra gigantesca que es la fayuca. Pero sigue siendo mi ciudad maravillosa, a pesar de todo. Por otra parte, mis ciudades alternativas pueden ser París porque viví muchos años ahí. También Nueva York aunque es una ciudad muy deteriorada pero al mismo tiempo espléndida. Por otra parte, me gustan mucho las ciudades italianas, porque parecen imaginarias. Así, mis ciudades imaginarias son las ciudades reales de Italia: Florencia, Venecia, o las pequeñas ciudades que de repente ve uno desde el coche, desde el tren, que tienen unos castillos increíbles salidos de un sueño.
Polo: –No niego que las urbes de hoy, como la tuya, se despeñen hacia su decadencia y que la imaginación es entonces más habitable. Por lo menos para mí, pero nadie te dirá que debes hacer, porque, ¿observas, Oh, Gran Jan, que la felicidad y lo vivible o no, aunque el desastre sea real y el éxodo forzoso, es un estado particular? Tal vez tu ciudad te necesita, o necesita que la habites mejor. Tal vez no necesitas irte definitivamente a la Gran Ciudad, tal vez sólo necesites transitar o pasar temporadas largas, sin desatender a tus súbditos.
Jan: –Tal vez, tal vez… Pero dime, joven navegante, si mi nostalgia y mi deseo son por sus reinos invisibles, una vez en ella, ¿dejaré de soñar, de desear? ¿Quién seré yo, entonces?
Polo: –En la Gran Ciudad, todo sueño o todo deseo se materializa, por lo que sus habitantes, encantados con ese poder, nunca dejan de desear.
Jan: –¿Y qué es lo que se puede desear estando en una ciudad como ésa?
Alberto Ruy Sánchez
(México, 1952. Autor de Los nombres del aire y Los jardines secretos de Mogador.)
LA CIUDAD Y EL DESEO 1
Desde hace más de 25 años una ciudad real e imaginaria es uno de los ejes de mi vida: Mogador, ciudad del deseo. Se origina en la ciudad de Essaouira, en la costa atlántica de Marruecos, antes llamada Mogador. A ella van a dar todas las historias y personajes que toman forma en mi cabeza y una buena parte de los poemas que he escrito. Mogador es, además, como mi libreta viva de apuntes. En ella mi vida se escribe codificada. Y de esa libreta o filtro vital se nutren luego mis historias, mis libros. Mogador me demuestra cada mañana la realidad de la imaginación deseante.
Pedro Ángel Palou
(México, 1966, autor de Paraíso clausurado y Demasiadas vidas.)
LA CIUDAD Y EL DESEO 2
Decía Benjamin que es fácil orientarse en una ciudad, que lo difícil es perderse por ella, con un plan consciente de extravío. Una ciudad es siempre un anhelo, no un deseo si no una serie de deseos insatisfechos pero que se materializan por el hecho de ser provocados por sus calles, por sus piedras, por su gente. El olor, el tacto, los sabores de la ciudad —para mí el deseo siempre entra por la gastronomía— y sus ruidos son una radiografía de la propia persona (¿su recorrido autobiográfico?). Sé, por ejemplo, que conoceré Lisboa sólo de la mano de una mujer que ha roto su pacto y ha ido sola (de lo contrario no existe como ciudad, ni como deseo). Lo que quiere decir, quizá, que no la conoceré nunca. Sé de otras ciudades que siempre serán recuerdo —otra forma de la turgencia y de la expectación deseante— y a las que no volveré salvo con la mente: Estocolmo, Ámsterdam, en un cumpleaños muy particular. Hay otras que me producen rechazo (aunque en ellas, ahora, se encuentren algunos amigos a los que desearía ver) y otras a las que quisiera llegar hoy mismo: Praga. No sé, en cambio, si deseo vivir en otra ciudad que no esté formada por calles de libros y cuyos transeúntes no sean la Prima Estefanía, Susana San Juan, Ixca Cienfuegos, la Cuernavaca del cónsul dipsómano y de Lowry, el Dublín de Stephen (en su noche de burdel) y la Cleopatra de Terenci Moix.
Polo: –Todo lo que desee en dicha Ciudad lo puedes levantar. Y todo el bien o el mal que convoques dependerá de ti. En la Gran Ciudad sólo se admira o se desprecian las obras del vecino por su belleza pura, nunca a partir de un juicio moral o, como te dije, político. Ahí, la obra es o no es.
Jan: –Así debería ser en este mundo, tan enfermo de poder. Qué hermosa la Ciudad de la que me hablas, pero no me la habías descrito completa, porque como dijo el anterior habitante, sus calles son de libros y en ella transitan las personas que amamos, quienes pensé que sólo vivían en las casas de sus creadores.
Polo: –Los personajes se visitan, deambulan por la Ciudad. Lo de las calles de libros es meramente decorativo, esos libros son como esas cajitas de madera que los simulan. Todos los volúmenes de todos los tiempos, como te dije, están en la Gran Biblioteca Hexagonal, que, claro, es la casa de Borges. Uno puede consultar todos los libros del pasado y del presente que quiera, pero los del futuro, sólo les es dado a unos cuantos, a quienes les esté destinado escribirlos. Pero también hay otras bibliotecas, muy específicas o especializadas en temas, las de los críticos, que contienen el pasado y el presente uno las puede consultar cuando quiera.
Juan Gustavo Cobo Borda
(Bogotá, Colombia, 1948. Autor de Antología de la poesía hispanoamericana y La musa inclemente.)
LAS CIUDADES DE LOS LIBROS
Mi ciudad invisible es una ciudad transparente, porque está compuesta de libros. Entonces es una ciudad donde las paredes permiten ver en todas direcciones ya que son libros de todo el continente. Es una ciudad donde siempre hay un rumor de agua, porque la mayor parte de esos libros son de poemas, y es una ciudad donde el tiempo felizmente se ha coagulado porque ahí está gente que ha entrado en el corazón del tiempo, bien pueden ser Marcel Proust, Octavio Paz o Juan Rulfo. También puede ser una ciudad inagotable porque colecciono libros de Borges en todos los idiomas, la mayor parte de los cuales no conozco. Entonces mi ciudad es esa ciudad de libros que nunca se agota, y que cada día es nueva, porque siempre tiene un sol cambiante: hoy amo la novela de Balzac sobre la obra de arte desconocida o mañana amaré a Nadja, de Breton, que recorre los pasillos, alucinada. Entonces en esa ciudad duermo, respiro y me disperso, que es lo mejor, porque sin necesidad de salir de ella siempre encuentro desviaciones, laberintos, esquinas, parques, y sobre todo encuentro algo que ninguna ciudad me da, que es una especie de cariñosa paz conversada con las amigas y los amigos de todos los puntos cardinales. Es una ciudad cosmopolita, hay un libro irlandés, uno portugués, uno ruso, uno inglés, uno italiano, uno chileno. Entonces es la ciudad que abarca todas las ciudades y donde no hay aduanas, no hay pasaportes, donde no hay cambio de monedas porque sólo se requiere el óvolo de las 25 letras del alfabeto.
Jan: –¡Yo tengo ese óvolo! ¡Entonces, no es oro lo que me piden para entrar! Yo hubiera dado mi reino entero, de todos modos.
Polo: –Bueno, entrar todos podemos: personajes, autores, lectores, críticos, periodistas, viajeros como yo. Permanecer, también, si queremos. Nuestra casa se formará de acuerdo con nuestras intenciones y pensamiento, como te he dicho. Pero ser habitante “básico”, como nos dijo una de mis interlocutoras, sólo los creadores. Pero para todos, el único requisito es ese óvolo. Hay quienes no saben cómo disponer bellamente del mismo y, como no entienden el orden interno de la ciudad, dan mucho oro y hacen uso de todo su poder para tener un lugar privilegiado en la Ciudad, pero les falla.
Jan: –¿Y cómo es tu casa en la Ciudad? ¿Eres feliz? ¿Vives ahí por cuánto tiempo y cada cuándo?
Polo: –Soy feliz y mi corazón siempre está en la Ciudad porque la amo y ella abarca todo mi pensamiento, aunque los alisos, los monzones y los tsunamis adversos de este mundo, muchas veces impiden ir hacia allá. Pero no me importa. Mi casa es una habitación pequeña llena de los libros que más quiero, que son muchos. Pero estoy construyendo un castillo hermoso, de porcelana y cristal, decorado en su interior con motivos medievales donde habrá música de Hildegard y un salón de té muy cálido, en el que sirvan tés de todas las frutas, y en el que todos los días, a las cinco de la tarde en punto, reciba a alguno de los habitantes de la Ciudad para conversar con él.
Jan: –¿En qué lengua hablas con ellos?
Polo: –Hablo la lengua de la literatura, que no tiene límites.
Julio Ortega
(Perú, 1942, autor de Antología de la poesía hispanoamericana actual y Habanera.)
LA CIUDAD DEL HABLA
La novela latinoamericana se debe al dialogismo sin fronteras de una Ciudad del Habla que podemos llamar nuestra. Hemos perdido la aristocrática ciudad colonial, estamos perdiendo la doméstica ciudad republicana, y nos ha dividido la moderna ciudad disciplinaria, que materializa al Estado y a la Banca en las urbanizaciones que los perpetúan; pero hemos ganado, como verdaderos héroes del desarraigo, un lugar en el relato de nuestras ciudades, allí donde añadimos capítulos al cuento de estar aquí, a la novela de salir de aquí, a la leyenda de volver. La mayoría de nuestras grandes novelas (Rayuela de Cortázar, Paradiso de Lezama Lima, Tres tristes tigres de Cabrera Infante, Cien años de soledad de García Márquez, La guaracha del Macho Camacho de Luis Rafael Sánchez, Cristóbal Nonato de Carlos Fuentes, La vida exagerada de Martín Romaña de Bryce Echenique, Percusión de José Balza) no son “novelas urbanas” que puedan leerse frente a las “novelas del campo” (una clasificación ociosa); son, más bien, grandes espacios del habla, del recuento, del coloquio con que construimos espacios de comunicación que son un derecho de ciudad, un acta de fundación una vía de acceso al lugar, si no central sí decisivo para ocupar, en el discurso de nuestro tiempo, el sitio de las articulaciones, de las identificaciones, del autorreconocimiento. No es casual que de nuestras ciudades sepamos más gracias a la interlocución de estas y otras novelas.
Jan: –¿Y sólo de té se alimentan?
Nuria Amat
(Barcelona. Autora de El país del alma y Reina de América.)
LA CIUDAD DE LOS ESCRITORES
He escrito un libro que se titula Viajar, dedicado a ciudades imaginarias. Son ciudades de escritores donde la literatura es el alimento cotidiano.
Polo: –Pero respóndeme mi pregunta central. ¿La Ciudad es una tierra prometida? ¿Podemos habitar en ella aunque sea una utopía de otros?
Jan: –Ya sabes que son la materia de nuestro sueño y deseo y que pertenecen a ti o a mí en un instante. No hay más que decirte que no te hayan dicho sus habitantes.
Jorge Fernández Granados
(México, 1965. Autor de El cristal y Los hábitos de la ceniza.)
LA CIUDAD ELUSIVA
Mi ciudad sería Abalon. Es una ciudad que sólo existe y se manifiesta para quien piense en ella pero que desaparece cuando su pensamiento o su imaginación la olvidan. Puesto que sólo la construye el deseo de los hombres, es una ciudad que puede estar en cualquier lugar y en cualquier tiempo.
El atlas del Gran Jan contiene también los mapas de las tierras prometidas visitadas con el pensamiento pero todavía no descubiertas o fundadas: la Nueva Atlántida, Utopía, la Ciudad del Sol, Océana, Tamoé, Armonia […]
Pregunta Kublai Jan a Marco: –Tú que exploras a tu alrededor y ves los signos, ¿sabrás decirme hacía cuál de esos futuros nos impulsan los vientos propicios? […] (Italo Calvino, Las ciudades invisibles.)
Sergio Ramírez
(Masatepe, Nicaragua, 1942, autor de Margarita, está linda la mar y Baile de máscaras.)
LA CIUDAD DE LA UTOPÍA
Mi ciudad ideal es la ciudad de la Utopía, cuyas torres iluminadas por el sol naciente el viajero divisa desde lejos, pero que a medida que se acerca, descubre que no se trata sino de un espejismo del desierto. La ciudad de la Utopía existe mientras uno la busca, porque siempre será un espejismo del futuro.
El Gran Jan ya está hojeando en su atlas los mapas de las ciudades amenazadoras de las pesadillas y las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahóo, Butúa, Brave New World.
Dice: –Todo es inútil si el último fondeadero no puede sino ser la ciudad infernal, y donde, allí en el fondo, en una espiral cada vez más cerrada, nos sorbe la corriente.
Y Polo: –El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio. (Italo Calvino, Las ciudades invisibles.)
Jan: –Este mundo es atroz y mis reinos caen, pero ahora sé que debo defenderlos y defenderme. ¿Hay alguna imagen de la Gran Ciudad que me sirva de alimento, de estandarte?
Alejandro Jodorowsky
(Chile, 1929, autor de Antología pánica y Donde mejor canta un pájaro.)
LAS CIUDADES INGRÁVIDAS
Todavía vivimos en ciudades que tienen raíces, pero vamos a vivir en grandes máquinas volantes en el cielo.
Claudia Posadas
(México, D.F., 1970). Poeta y periodista cultural. Ha colaborado en diversas publicaciones especializadas en México y Latinoamérica. Entrevistas suyas aparecen en los libros Vanidad aparte. Las entrevistas de Librusa (Librusa, Miami, 2002), Hugo Argüelles. Estilo y dramaturgia III (INBA/Escenología 2001) y Verso Converso. Poetas entrevistan a poetas (Alforja/CNCA, 2001). Ha sido becaria del FONCA y la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano que presidió Gabriel García Márquez (2002). Coeditora del suplemento Crónica Cultural, del periódico La Crónica de hoy (2002). Ha publicado la plaquette de poesía La memoria blanca de los muros (1997). En 1997 obtuvo el premio de poesía de la revista Punto de Partida de la UNAM.