Tierra Adentro

Revista Tierra Adentro núm. 62

La muerte
Noviembre-diciembre de 1992
64 pp.

 
Con este número Tierra Adentro concluye un año pleno de significados. Una vez más, al mirar retrospectivamente, tenemos la satisfacción de constatar que nuestras páginas han obedecido a la idea original de la nueva época de la revista: convertirse en un espacio donde las expresiones y tendencias de los más jóvenes se esclarecen y definen al lado de la obra que también hoy producen autores reconocidos y de larga trayectoria, mexicanos o extranjeros. A lo largo de dieciséis números publicados desde mayo de 1990, se ha ido estableciendo un registro, un mapa, de la actividad creativa de los jóvenes escritores y artistas de los distintos estados de la República. Casi doscientos escritores y no menos de cien artistas plásticos jóvenes de todo el país han visto publicado su trabajo en las páginas de Tierra Adentro, durante este lapso. Se ha buscado no simplemente publicar su obra, sino publicarla en condiciones que le permitan entablar un diálogo más vivo y enriquecedor con todas las expresiones culturales de hoy en el país. Dentro de una cultura, el trabajo de las nuevas generaciones se produce como continuación o confrontación ante la obra de las procedentes; esos inevitables vínculos trazan la fisonomía y las transformaciones de una cultura, de un espacio cultural. Tierra Adentro se ha dado a la tarea de reflejar, en la medida de lo posible, la complejidad de ese cruce de caminos. El lector, estamos seguros, conoce el valor de esta amplitud de miras, que contradice al aislamiento y favorece esa confluencia de lenguajes que llamamos comunicación.

La presente entrega de Tierra Adentro no pretende ser una excepción. Convocados por el tema que Edgar Allan Poe juzgaba como el más poético de todos, la muerte, creadores de diversos géneros y disciplinas trazan un amplio mosaico de visiones. Signos de esta diversidad: un cuento de Eraclio Zepeda, un drama de Hugo Argüelles recién estrenado, un evocador ensayo de Eduardo Matos Moctezuma sobre nuestro pasado prehispánico y un poema de Elsa Cross sobre la tumba de un ilustre francés. Tema propicio a la meditación y al examen del pasado, pero también a la ironía y a la risa. La visión poética se amplía en los versos de Hernán Lavín Cerda, Ernesto Lumbreras, Jorge Valdés Díaz-Vélez y Jorge Bustamante. Vicente Quirarte, en lúcido ensayo, reflexiona sobre esa visión en otros poetas. Nuestra sección “Laberintos” concluye hoy su misión de homenaje, durante 1992, a la obra de Octavio Paz a través de una serie de interpretaciones de ella por jóvenes creadores del interior del país. Punto de llegada de esta serie es el ensayo de Ana Belén López sobre los poemas largos del autor de Libertad bajo palabra. Jorge Vázquez Piñón, por su lado, se ciñe al rito fúnebre de un solo lugar mágico, Pátzcuaro, mientras Claudia Gómez Haro se ocupa de la obra de un pintor de insólitos significados, el jalisciense Alejandro Colunga. Todo ello articulado por una antología de epitafios preparada por Javier García-Galiano y Miguel Ángel Merodio, que nos hacen escuchar la historia universal.

Diez jóvenes escritores del interior de la República se suman a este concierto de voces. Algunos de ellos, los más jóvenes, ya nos permiten hablar con nombres múltiples en la boca de los escritores mexicanos nacidos en los setenta. En sus creaciones se percibe, sino una forma o un valor nuevo, sí un acento distinto y los rasgos en ciernes de una generación. Vigor y expresión no menores en el caso de nuestra joven plástica, representada aquí por dos pintores de Jalisco: Roberto Rébora y Carlos F: Vargas Pons. Ejemplos, también, de una cultura rica y disonante: Rébora se adentra en las luminosidades y masas de color de la abstracción; Vargas Pons, en el estremecimiento de los misterios del sueño a partir de exactas reproducciones del objeto. En extremos tales de la literatura y la plástica, se percibe la inminencia de la nueva fisonomía de nuestra creación.