Revista Tierra Adentro núm. 142
Transitar el desierto
Octubre-noviembre de 2006
112 pp.
De acuerdo con diversas definiciones, el desierto se define como “territorio arenoso o pedregoso, que por la falta casi total de lluvias carece de vegetación o la tiene muy escasa”. También lo señala como sinónimo de desolado, inhabitado, como un “lugar despoblado de edificios y gentes”. Pero el desierto es mucho más: es un ecosistema particular donde existen otras formas de vida animal, vegetal, mineral y cultural tan ricas como las de los océanos o las pequeñas o grandes islas.
Cuando la poeta Thelma Nava nos propuso transitar por el desierto, no dudamos en la riqueza del tema y la invitamos como directora huésped a viajar por los muy probablemente antiquísimos mares. Sin temor al naufragio, el viaje ha sido portentoso y en estas páginas, lector, tienes la bitácora.
Iniciamos el recorrido con nuestro idílico poeta del desierto, Manuel José Othón, en el centenario de su fallecimiento; y más que poeta del desierto, poeta de la naturaleza y de la historia, del estar aquí para vivirlo, del vivirlo para admirarnos, maravillarnos, desgarrarnos ante el prodigio de la tempestad donde diminutos nos movemos. Manuel José Othón, un poeta que merece nuestra atenta relectura.
Poetas, narradores y ensayistas expresan su sed en este jardín de arena, sol y dátiles. Estas páginas son el oasis en el cual descubrimos las pasiones que dominan en aquellos mares antediluvianos, otra primera piedra de la cultura occidental, raíz del vino, la caravana de hazañas que dan luz a la magia, casi sagrada, del desierto.
La soledad impone, sí; más la soledad no existe cuando grano de arena rueda, choca, viaja y el viento la convierte en el destino de una flor o en la compleja tarea de un símbolo para la tribu. El amor no nació en Grecia o en Roma; el amor nació en las mil y una noches de Arabia, donde el uso común dice despoblado, sin vegetación, sin edificios y sin gente. Los autores que ofrecemos en las siguientes páginas nos refieren desde otras latitudes, desde otros ascensos o descensos, las profundidades del mar que hace siglos se arrojó al vacío de las arenas.
Tan prodigioso el uno como el otro: el mar es un desierto de agua; mar de arena es el desierto.
Y con la felicidad del desierto y de las aguas del Usumacinta en los encartes, invitados de lujo presentan a poetas de Aguascalientes, Mérida y Monterrey, la revista Replicante y distinguidos escritores, como Jaime Labastida y Vicente Quirarte, ofrecen reseñas de diversas publicaciones. Por último, la obra de Alfredo Téllez y Laura Leal coronan los encartes.
Hay todavía más en estas páginas, monta tu camello de no soledad y comienza tu ingreso en estas playas de Tierra Adentro.