Tierra Adentro

Revista Tierra Adentro núm. 126

El cine: una mirada crítica
Febrero-marzo de 2004
96 pp.
 

El viernes 11 de octubre del 2002 falleció en la ciudad de Guadalajara don Emilio García Riera, un mexicano que nació en España y que reconstruyó una parte importante de la historia de México del siglo XX: la de su cine.

Nacido en 1931 de familia republicana, cruzó los Pirineos a los siete años con su hermana, niña también, y vivió en un refugio insalubre en el norte de Francia, donde estuvo a punto de morir. Sus padres estuvieron en 1939 confinados en distintos lugares de reclusión franceses. Cuando pudieron tener noticias unos de otros y finalmente reunirse, la sombra de Hitler amenazaba París y no daba tiempo de tramitar la visa para llegar al México de Lázaro Cárdenas, que tantos españoles había acogido.

Desesperados, supieron en cambio que, empeñado en “blanquear la raza”, el tirano Rafael Leónidas Trujillo ofrecía a ellos y a otros como ellos entrada inmediata a la Dominicana sin reparo de ideologías. Se subieron a un barco hacinado con rumbo al Caribe y llegaron a esa isla adonde Colón había llegado.

A sus padres y a sus hermanas les gustaba saber del mundo, hablar y leer mucho, dibujar y hacer bromas. La familia entera había atisbado el paraíso pero, después del purgatorio francés, les esperaba el infierno del exilio más contrario a lo que eran, sabían y deseaban.

En República Dominicana vivió cinco años Emilio. Allí le tocó ver el río Dajabón correr enrojecido con la sangre de cientos haitianos asesinados a machetazos (para ahorrar balas en una “especie inferior”) y alcanzó a ver a Trujillo bailando merengues que repetían su nombre y sudando los polvos que le aclaraban la piel mulata que le chorreaban por la cara en riachos brillantes. Allí supo de la miseria propia y ajena, del desierto de los libros y de la amistad, del paludismo y de la muerte del padre derrotado por la historia.

A los trece años, Emilio llegó a la ciudad de México, que apenas pasaba de dos millones de habitantes y todavía era “la región más transparente del aire”. Lo que siguió habiendo para él, aparte del cine, fue la ardua lucha por la supervivencia. Hubo una escuela difícil —su primera educación formal— y no muchas diversiones. Hubo un principio de estudios de economía, que no intentó por vocación sino porque eran los que conciliaban los horarios de clase con la temprana obligación laboral. Hubo por muchos años el viaje de dos horas diarias hasta una fábrica de cocinas donde había encontrado el modo de terminar rápido con la contabilidad de las partes de los hornos y los quemadores para escribir crítica de cine amateur. Esos fueron los inicios de quien, con el paso del tiempo, se transformé en la memoria del cine mexicano. Para recordarlo en merecido homenaje, Tierra Adentro invitó a su compañera, la editora Cristina Martín Sarrat, para ser la directora huésped del presente número y reunir con él a un grupo de sus amigos para recordarlo: Diana Bracho, Vicente Rojo, Leonardo García Tsao, Felipe Cazals, Luis Gozález y González, Guillermo Scheridan y un largo etcétera que nos honra, donde destacamos la presencia de dos hijas de Emilio, las escritoras Ana y Alicia García Bergua.

En los encartes, tenemos una muestra de obra plástica de Vicente Rojo, y los trabajos fotográficos de Yadith Río de la Loza y Eduardo Oliva Mendoza. Publicamos un cuento brasileño de Luis Fernando Veríssimo y en las historias de revistas ofrecemos la crónica de Gonzalo Lizardo sobre la revista zacatecana Finisterre.

De cine, y por don Emilio, los invitamos a disfrutar los atisbos a una vida y una obra por demás memorables.