Comencé a escribir hace poco más de diez años. Escribía catárticamente en las plazas y parques de Mérida. No conocía otras ciudades, pero sí mi estado y hacía comparaciones: me parecía una metrópoli. Escribía sin problemas, disfrutaba la ciudad. Mi primer libro, que publiqué a los veintiún años, tiene mucho de estas impresiones.
Viví casi cinco años en el Distrito Federal. Siempre escribí con el mismo ímpetu, aunque nada de lo que hacía lograba complacerme. Escribí una novela, varios poemarios, literatura infantil. Al final todo acababa en la basura; me daba un baño y me iba de fiesta. No logré sentirme una verdadera escritora ahí. Encontré amigos, calles solitarias a las que volvía, plazas que me parecían mágicas, bibliotecas adictivas. Regresé a Mérida y volví a ser la escritora que deseo ser. Las palabras y los proyectos fluyen; el calor me es indispensable porque un defecto mío es tender a deprimirme (y el frío no ayuda).
Publicaba en revistas e incluso gané premios locales. Entonces tuve claro que me dedicaría a escribir. Hice narrativa, pero sólo la poesía me dejaba satisfecha. Aunque estoy a punto de presentar mi primer libro de cuentos y escribo una novela, la poesía sigue siendo mi refugio, mi casa.
Escribo porque no puedo evitarlo. Me complace, me alivia, me entristece y me alegra. El problema es que para vivir hay que hacer otras cosas: ser editora de un periódico, por ejemplo. Cuando estaba en eso no lograba concentrarme. En todas las oficinas donde he trabajado he escrito poemarios enteros. No lo recomiendo (los jefes se dan cuenta).
La poesía actual en México es múltiple, diversa, rica. Es una crisis positiva porque no me parece que existan corrientes o “escuelas”. Cada poeta está en búsqueda constante. Somos muchos y es casi imposible leernos del todo, incluso entre nosotros. Sólo una muy pequeña parte de la poesía que leo me gusta, o hay pocos autores a los cuales regreso. La búsqueda en la que estamos habrá de llevarnos a algún terreno firme, o quizá no. Quizá todo es parte de la época que vivimos: del consumismo exacerbado, de la “liquidez” de las relaciones, del mundo, como dice Zygmunt Bauman.
Admiro el trabajo de Antonio Malpica. No es de mi especialidad ni de mi generación, pero lo considero un ejemplo. Me apenan los escritores que no han logrado —me incluyo— hacerse de una disciplina en la escritura. Muchos somos esporádicos. Hay que escribir a diario, varias horas al día. Admiro a Efraín Bartolomé. Hay poemas suyos a los que vuelvo siempre. La música de sus palabras me persigue todo el tiempo.