Los años en los que comencé a apreciar verdaderamente mi comida y a querer fotografiarla y escribir sobre ella estuvieron marcados por el queso Cotija, los aguacates de Uruapan, los uchepos y corundas, el olor de los membrillos frescos y la nieve de Pátzcuaro. Cada vez que desatendí mis obligaciones académicas estaba cocinando o leyendo algo sobre comida. Cuando debía de estar leyendo a Dickens, descubrí los libros de Elizabeth David y Claudia Roden, y terminé haciendo una investigación sobre el camino que ha seguido la literatura gastronómica escrita por mujeres de gran apetito e inteligencia.
La literatura gastronómica es una forma tentativa de traducir food writing, un tipo de textos que se definen, naturalmente, por su tema central, pero también por su aproximación hedonista, casi erótica, a la comida. Esos textos íntimos y no ficcionales, que por muchos años no figuraban en los cursos de literatura —cartas, diarios, relatos de viaje o cuadernos de cocina—, han despertado el interés de críticos y editores. Pueden tomar la forma de un ensayo narrativo, una crónica, una autobiografía, un reportaje o un aforismo, el género favorito de Brillat-Savarin, el primer gastrónomo. La cocina es un arte: necesita de sus críticos y teóricos.
No tuve el privilegio de aprender a cocinar con una abuela sabia que preparara guisos prodigiosos sin usar jamás una receta, por lo que dependo mucho de las instrucciones de los libros. No sé si habría podido aprender a cocinar en una era pre-internet: leo decenas de blogs de cocina y logré hornear un pan hecho con levadura silvestre después de seguir una serie de tutoriales en línea.
Alguna vez pensé en estudiar cocina profesional, pero en realidad no quise ser chef, sino ensayista de comida. Todo empezó con un ensayo sobre té y jardines que escribí para una materia en la carrera, y tuve la suerte de que las revistas Cuadrivio y elgourmet se interesaran en mi trabajo. No conozco personalmente a alguien de mi edad que se interese también por el ensayo gastronómico. Entre los artistas de mi generación, podría mencionar al cineasta Mariano Rentería Garnica, quien también es de Michoacán, y la violista Catalina Ruelas Valdivia, solista en la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes.
La literatura gastronómica está en un gran momento, pero creo que aún persiste un problema: ha sido difícil separar los libros de cocina del entorno doméstico y llevarlos al plano de la literatura, especialmente para las autoras. Afortunadamente, hoy hay muchas mujeres haciendo cosas increíbles por la cocina mexicana a nivel profesional —Diana Kennedy, Patricia Quintana, Mónica Patiño—, algo que sin duda merece celebrarse en un entorno en el que menos del diez por ciento de los mejores restaurantes del mundo son dirigidos por cocineras.