Ellos el penacho, nosotros el acordeón
Austria, territorio imperial y enigmático, es cuna de múltiples figuras mundiales: Mozart, Freud, Wittgenstein, Lamarr, Klimt, solo por mencionar algunos apellidos sobresalientes. Sin embargo, una de las pocas cosas que es clara para los mexicanos es el tema pendiente del penacho de Moctezuma. La reliquia se encuentra en el Museo de Etnología de Viena y, al menos hasta hace algunos años, los mexicanos podían entrar gratis al recinto. Las mejores inferencias de este peculiar paradero remiten a Hernán Cortés y los gestos cortesanos de la época según los cuales los regalos ayudaban a cimentar relaciones entre reinos. En resumen: llegó a Viena como un obsequio.
Más allá del significado simbólico de esto, a través de la ficción uno podría imaginar un sinfín de venganzas. Una novela que nunca voy a escribir sobre unos turistas mexicanos que se adentran al museo para recuperar el penacho y traerlo de vuelta al país; la novela gráfica de un intendente inmigrante que espera a la noche más oscura para sustraer el artículo y mucho más. La verdad es que, a mi parecer, ya hemos realizado una apropiación que es interesante tanto por su enorme presencia en el país como en el continente americano. Pongámoslo así: la venganza real es de dimensiones continentales, no solo un asunto entre un país y otro.
¿Hablo del acordeón? Sí. Aunque rastrear los orígenes de un instrumento es tarea difícil, el caso del acordeón es puntual debido a la patente. Viena fue el lugar, 1829 el año. Estamos hablando de un objeto que lleva casi 300 años de existencia. Si tomamos como punto de referencia a la flauta, el piano o la guitarra, el acordeón está en sus primeros años. Con todo esto, ha encontrado a grandes ejecutantes por todo el mundo, pero especialmente en México, Argentina y Colombia.
Hablar de los casos específicos de forma respetuosa y adecuada va mucho más allá de los límites de este ensayo, aunque no quiero dejar de hablar del caso que me es más cercano. Me refiero al caso mexicano, y por supuesto que al caso del norte de México.
A lo largo de mi vida he detectado que el “ser norteñx” es un ir y venir. Un día somos lo peor, otro día somos orgullo nacional. Esta década somos la barbarie, la otra somos punta de lanza de alguna industria. Pero si algo persiste es la música norteña. La más tradicional, esa que se toca con una guitarra, un bajosexto y un acordeón. No más. A lo mucho hay segunda voz, y tal vez un tololoche. Dentro de esa estructura existe una exigencia brutal sobre el acordeón porque es el que carga con las líneas melódicas. Casi todas las canciones icónicas de norteño empiezan con la melodía de un acordeón, así de sencillo. Nuestra memoria musical incluye cientos de introducciones donde escuchamos respirar el fuelle del instrumento. En tonos mayores, menores o con la escala de blues.
El virtuosismo es necesario para poder dominar las posibilidades del acordeón, tanto melódicas como armónicas, y siento que eso no se aprecia mucho desde un punto de vista de los que son extraños a los estilos que emplean este elemento. También creo que podría hacerse un caso sobre las guitarras japonesas Takamine, que dominan el mercado de las guitarras de 12 cuerdas que se utilizan en el estilo sierreño y que ahora se popularizaron a través de los corridos bélicos y tumbados. Tal vez no era la intención de los japoneses que Ariel Camacho rascara hasta la médula sus cuerdas durante un solo de guitarra; tampoco veo a los austriacos concibiendo la idea de que Ramón Ayala se convirtiera en una verdadera realeza del acordeón a través de su música.
Tampoco hubo mucha premeditación en incorporar todos los elementos de la polka en la banda y los ritmos del Pacífico, así que el intercambio entre continentes no parece tan malo desde esta óptica.
Para finalizar, haciendo un ejercicio de imaginación, si no fuera posible haber apropiado su instrumento, tendría un problema con el penacho. Pero como les hemos robado mucho más, creo que pueden conservarlo.